Adaptación

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Era abril de 2009, durante el viaje al norte para las donaciones. Estábamos ya finalizando el recorrido de bici, y sabíamos que al día siguiente llegaríamos al Abra El Acay, a 4.895 msnm.

Íbamos por el camino pautado, la famosa Ruta 40, y el Sol comenzaba a esconderse. Seguíamos adelante, con la esperanza de que encontraríamos el paraje Negra Muerta a la brevedad. Ya uno de nosotros había estado por allí, Julito. Pero Silvina, Luis y yo, no.

Llegamos, ¡finalmente llegamos! El paraje era la vivienda de una familia, madre e hija que vivían allí junto a sus animales: principalmente llamas y algunos perros. Conversamos un rato, y  se fue haciendo de noche completamente. Una noche cerrada.

Las señoras amablemente nos ofrecieron su casa para dormir, y  por un segundo, todos estábamos chochos. Pero al segundo siguiente, ni bien pude observar las características de la habitación me empecé a sentir mal… muy mal. He dormido en muchos lugares inhóspitos a lo largo de mi vida, pero las características de ese lugar me parecían extremas. Era la habitación donde generalmente dormían las señoras, junto con sus animales. Yo, sin dejar de valorar la generosidad de tal gesto, no podía concebir el hecho de dormir en dichas condiciones, y eso que sólo veíamos lo que iluminaba la luz de sus faroles y nuestras linternas. Además de los animales muertos colgando del techo (que me choqué algunas veces), me perseguía el miedo a los roedores, y las vinchucas (luego supe que a esas alturas generalmente estos nefastos insectos no sobreviven).

Los chicos comenzaron a preparar la cena, pero yo no reaccionaba, estaba completamente bloqueada. No decía nada de nada. Pensé en irme a dormir afuera, armando la carpa, pero me hicieron desistir ya que hasta la tela de la carpa se me iba a congelar. Creo que si hubiera encontrado suelo donde clavar las estacas, igual lo hubiera intentado.

La cosa fue que luego de un rato (para mi eterno), finalmente hablé con mis compañeros. Y ellos me calmaron, trataron de que me sintiera cómoda y me olvidara de mis miedos.

Además de los animales muertos colgando del techo (que me choqué algunas veces), me perseguía el miedo a los roedores…

Hasta terminamos tomando algunos sorbos de té de coca antes de dormir, acompañados por la radio.

El título de esta anécdota lo elegí porque a la mañana siguiente, al despertarnos, ya vi la casa (que era obviamente la misma que la noche anterior), como algo completamente normal. No me impactó ya su aspecto. Y si hubiera tenido que dormir otra noche más allí, lo hubiera hecho gustosa. Es increíble la capacidad de adaptación que a veces tenemos a ciertas cosas que parecen totalmente imposibles por momentos, y luego, ya las incorporamos como naturales. Creo que en ciertos aspectos, esto es algo positivo, depende del contexto y del tema que se esté considerando…

Cuando abrimos la puerta… todos los asientos de las bicis tenían una importante capa de escarcha…

Conversamos un rato con las señoras y agradecimos tanta hospitalidad, y seguimos nuestro recorrido por esa imponente senda.

Isabel