Doble Cruce de los Andes 2020
Pasos Carirriñe y Samoré

Hace unos meses pensábamos en el Doble Cruce 2020: dibujábamos los caminos en BaseCamp de Garmin y los paseábamos en todos los programas disponibles para sacar dudas. La ambiciosa suma final se clavaba en un total de 1030 kilómetros. Cruzando a Chile por Carirriñe, pasando por la Región de los Lagos, después por la Región de los Ríos y así llegábamos al Pacifico. En resumen, Valdivia, Osorno y una cantidad de pueblos más chicos pero con gente de corazón grande… luego entraríamos a Argentina por Samoré.
Se recorría muy fácil en la pantalla de la compu: sin viento, sin lluvia, sin frio. Pensé mil veces las distancias y otras tantas repasé el camino, claro que siempre se puede mejorar…

Un amigo que sabe de esto dice que en la realidad sale un mínimo porcentaje de lo que uno planea.

Fuimos y vinimos, hicimos todo lo planeado y algo más…
Me siento sumamente orgulloso del grupo del Doble cruce 2020 y los felicito hicieron un Doble Cruce memorable, impecable, que se quiso complicar, pero no lo dejamos (acá mismo en nuestra web, algunos relatan sus experiencias).

Resalto dos momentos:

El primero durante los los durísimos cuatro primeros días: sus caras y seguro la mía…
El otro momento: cuando conseguimos dormir en el quincho de la señora, allí hubo abrazos y festejos.
Fueron dos momentos y dos extremos.

Sigamos pedaleando,
sumemos paisajes.

Martin S.

Se creería que esto de cruzar Los Andes se me pasó por la cabeza recién en mayo, cuando este chico, Sáenz se me acercó en la estación de servicio de 131 y 44 un domingo y me dijo: “Che nene, vení…”. Y sin más vueltas me tiró: “¿Querés hacer el Cruce?”

Pero la verdad es que no. Las ganas y la manija estaban desde el momento en el cual me enteré que tal cosa era posible; un año antes aproximadamente. Charlando con un compa de la facu, quién me sugirió sumarme a las salidas del grupo… anda me dijo, son buena gente y la vas a pasar bien. Y no le erró ni medio.

Y así, con unos kilómetros y bastantes (pero nunca suficientes) preguntas sobre acampe y equipamiento de por medio, llegó la invitación y empezaron formalmente los preparativos para esta travesía espectacular.

Pasó el año medio lento, y un mes después de haberme recibido en la Facu, con todas las expectativas, ganas y energía, el 6 de enero nos subimos al avión y movimos para la Cordillera.

Ese mismo día, después de copar con cajas y bártulos cicloturistas Aeroparque y el Aeropuerto de Bariloche respectivamente, armamos las bicicletas en la vereda del mismo y fuimos hasta Dina Huapi, donde nos acomodaríamos y aprovisionaríamos para los primeros días de pedal (hay que destacar y agradecer al papá de Agustín que nos hizo la segunda con las cajas de las bicis y las llevo en camioneta hasta las cabañas).

Al día siguiente, un par fuimos a Bariloche; una travesía aparte, gracias a la línea de colectivos de “Las Grutas”, un besito para ellos.

Una vez en Bariloche, nos llevamos la sorpresa al acercarnos a una oficina de turismo que, para el día siguiente (en el cual pensábamos arrancar a pedalear) había pronosticado alerta meteorológica por vientos fuertes, con ráfagas de hasta 90/100 kilómetros por hora.

Fue un tanto bajonero pero no quedaba otra que esperar. Al volver a las cabañas, bajo lloviznas intermitentes nos acercamos al lago Nahuel Huapi para pedalear un rato al menos, y el viento era fuerte en serio.

Como era de esperar, al otro día llovió todo el día y el viento no paró de soplar; por lo que nos quedamos reposando y se hizo un guiso popular al mediodía. Como la tarde se presentó larga gestionamos unas tortas fritas con tutorial de YouTube mediante, por las dudas.

Nos fuimos a dormir sabiendo que a la mañana siguiente se pedaleaba si o si, el día prometía ser duro.

Al cuarto día de viaje, contando la salida desde La Plata, nos largamos a la ruta, con Villa La Angostura como destino.

Como nos imaginábamos, el viento y la lluvia nos castigaron duro y parejo hasta pasado el mediodía. Subimos constantemente hasta ver el lago de vuelta, donde a partir de allí el camino y el clima se volvieron más amigables.

Llegamos a destino a las 18 h más o menos, dejando atrás el primer día de pedal, uno largo y tendido, de 11 h aprox.

El quinto día, segundo de pedal; no llovió, no hubo casi viento, pero…pero… peeroo había que recuperar el día perdido y hacer dos etapas en una, con los Siete Lagos de por medio, literal.

Hicimos honor a las horas culo de las que se habla en el cicloturismo y metimos 110km de Villa la Angostura hasta San Martín de los Andes, cerrando la jornada en un hostel que teníamos reserva con cama, cena y desayuno a lo bestia al otro día.

El día 6, cumplió al pie de la letra lo que me esperaba, una de las muchas cosas que el Tuku me venía diciendo en La Plata: “los tres primeros días son los más duros”, y así fue…

De San Martín a Laguna Verde, primer día de Ripio, ese famoso ripio lava tupper. Le dimos largo y tendido al pedal, subiendo y bajando; pasando por los lagos Curruhué Chico y Grande para llegar a la laguna, todo dentro del Parque Nacional Lanín.

Llegamos casi todos juntos al camping y fue muy emocionante, después de tres días tan bravos, además, al día siguiente cruzábamos a Chile y eso entusiasmaba mucho.

Cabe destacar que el camping le vendió a Martín las dos cocas más ricas de su vida, o las más caras seguro (ya lo escucharan renegando al respecto algún finde); y tuvimos que compartir carpas porque nos amontonaron en una esquina llena de espinas y yuyos, lo cuál no fue un impedimento para las risas y pavadas habituales.

El día 7, bien temprano nos levantamos, acomodamos los bártulos y movimos para el paso a Chile.

Por el Cruce Carirriñe, full ripio; 8 kilómetros de subida plena hasta el hito que demarca el límite fronterizo (un coso de fierro que dice Argentina/Chile y que en esta oportunidad se habían robado, o el viento desatornillo y voló), y el resto de una bajada furiosa hasta la aduana Chilena.

Una pendiente en la cual tomas conciencia de la importancia del buen estado de frenos. Paramos un par de veces para que los discos se enfriaran, dado que el ripio, la bajada y las curvas no son muy amiguis, y con la bici cargada ni se hablan.

La cuestión es que entramos a Chile, y ante la promesa de Termas no hubo camping de jabalices que nos frenara.

Ni nosotros nos creíamos donde nos metimos: teníamos lugar para todas las carpas, duchas con luz, un río helado y una amplia variedad de piletas naturales y otras no tanto de termas de agua caliente. Y vayan a las fotos, donde verán un grupo de valientes que entraron a una zanja de mierd… digo una “pileta con barro termal”.

Día 8, después de ese camping reparador encaramos para Coñaripe, subimos y subimos buena parte del día; se caminó y pedaleo a medida que la montaña nos dejaba. El día estaba hermoso por lo que tuvimos la suerte de ver el volcán Villarrica, todo imponente y nevado a lo lejos.

Llegamos temprano, a tiempo de una refrescada de patas en el Lago Calafquén.

Después de cenar compartimos el postre, frutillas y frambuesas con crema batida en pasamanos, y alguna que otra bebida isotónica para recuperar las sales perdidas…

Día 9, le fuimos hasta Panguipulli; debido a un desentendimiento al momento de salir, nos dividimos en dos grupos. Algunos rodeamos el lago por la parte interna, haciendo el camino corto; y otros por afuera, haciendo el camino que estaba previsto.

Quienes fuimos sin saber por la ruta más corta, nos encontramos subiendo entre nubes, con una lluvia que nos acompañó de principio a fin (en días como esos denota la importancia de una inversión en ropa de lluvia adecuada, campera, pantalón, guantes y de ser posible zapas; las galochas con bolsas safan pero un ratito nomás)

Así llegamos a Panguipulli y nos metimos de cabeza en unas cabañas que encontramos por ahí, directo a la ducha y la sopa caliente.

Más tarde llegó el resto del grupo quienes asombrados ante nuestro relato de la lluvia, nos comentaron lo amigable que había sido su trayecto hasta la ciudad.

Al día siguiente, se decidió en vez de Máfil, ir hasta Los Lagos, para esquivarle al ripio y hacer una distancia menor. De esta manera llegamos retemprano, por suerte; ya que en esa pequeña ciudad no había ni camping ni hospedajes disponibles.

Por lo tanto gracias a la búsqueda de una parte del grupo nos alojamos en el Quincho de una casa u hostería, mejor ni preguntar.

Así las 14 personas, 14 bicis y 18 mil alforjas nos acomodamos gustosamente en el lugar. Lejos de ser un inconveniente, el hecho de estar las 13 personas y una oruga naranja organizadas tipo tetris en el piso, fue una situación muy graciosa.

Día 11, pedaleamos hasta Valdivia, superando así los primeros 500 km, para tener el primer día de descanso.

Llegamos temprano al hostel, tras un camino muy tranquilo.

Nos acomodamos, almorzamos y salimos a recorrer el famoso mall/moll o como se escriba, ese shopping donde hay tiendas de camping y esas cuestiones llenas de maravillas.

A la noche, en el hostel se cenó cuanta Papa Brava se nos pusiera en frente, y así nos fuimos a descansar.

Día 12, full reposo y descanso con un desayuno digno de unos cicloturistas hambrientos 24×7.

Esa tarde algunos fuimos a Niebla, una ciudad costera, a meter las patas en el Pacífico.

Día 13, el destino de esa etapa fue La Unión. Nos sorprendimos ya que al ser una ruta más llana, sin viento y con ciclovía, metimos 83 km a un ritmo zarpado, pasado el mediodía ya estábamos buscando donde desplegar el rancherio.

La ciudad era chica por lo que terminamos en un parque municipal hermoso, con un río que permitió hasta usar las cañas que un par llevaron. El detalle fue que a la noche, al ser sábado, varios grupos de coterráneos chilenos se juntaron a tomar una copa y obviamente cantar, hasta las 7 de la mañana.

Día 14, de La Unión, salimos temprano y con sueño hasta Osorno. Día tranquilo, clima bien de verano; nos arrimamos hasta un hostel-cabaña muy lindo, cómodo, y con una planta de manzanas que no se podía creer.

Día 15, después de un buen desayuno arrancamos para Frutillar. Iniciando ahí los días rodeados de volcanes, el Osorno, Calbuco y Puntiagudo.

Esos cosos tienen algo que los distingue de otras montañas, será el imaginario a su alrededor, el potencial destructivo que supieron tener o tienen, o porque me hacen acordar al Hobbit, no sé, es indescriptible; pero la belleza que irradian no se compara con otro paisaje. Encima, verlos desde que arrancamos hasta que terminamos el día, es espectacular.

Llegamos a la ciudad, y Ponti luego de conseguir el lugar para dormir nos dijo: aprovechemos el día acá, vayan al súper, (previo chapuzón en el lago) porque una vez en el camping no bajamos más”. No entendimos hasta ver las dos cuadras que nos separaban del destino: una pared de ripio que nos hizo bajar de la bici y subir caminando al grupo entero. Valió la pena igual porque el camping era hermoso y tranquilo.

Día 16, muy mansamente nos acercamos hasta Ensenada. Un camping que sólo tenía agua fría y luz de 21 a 23, pero que estaba a 30 mts. de la costa del Lago Llanquihue, donde podíamos ver en toda su magnitud al Volcán Osorno. De esas imágenes que no te olvidas nunca en la vida. Y de noche un cielo abarrotado de estrellas.

Día 17, estiramos la partida de ese lugar tan lindo y movimos hasta Entre Lagos, rodeando y pedaleando sobre la base del Osorno. Un camino hermoso con todos los tonos de verde que uno se pueda imaginar.

Seguimos rodeando el lago Llanquihue y el Rupanco. Paramos frente a este último y no se desaprovechó la oportunidad para la refrescada.

Días 18 y 19, partimos hacia Anticura, a dos días de volver a cruzar para Argentina. El lugar prometía poco en cuanto a alimentos, así que fuimos con las alforjas bien cargadas de fideos y sobres de jugo.

Nos encontramos en un camping increíble, atrás del volcán Pullehue, del cual sólo podíamos ver la cima. Bien entre la montaña, con la compañía de vacas, caballos, el manchita y su banda de perritos amigueros, y ellos… los seres más densos que tuve el no placer de conocer: unos engendros de tábanos enormes que no tuvieron otra ocupación más que acompañarnos durante los dos días, de 10 a 18 h, le metían de corrido y sin descanso.

En sí, nosotros fuimos a su hábitat, pero bueno, tan pesados van a ser…

Así esos dos días fueron de pura fiaca, cambio de pastillas de frenos y tablazo limpio contra esos bichos.

También se prestó para gastar los últimos pesos chilenos y probar Jabalí y otras cosillas en un restaurante que oportunamente había en el lugar.

Día 20, posdescanso y casi logrando una armoniosa convivencia con el bichaje volador, nos fuimos hacia el Paso Cardenal Samoré.

Como anticipó Martín, fueron 20 km de subida sin descanso, pasando de aprox 300/400 metros de altura hasta los 1300. Fue muy emocionante para todos llegar allá arriba y más aún la bajada hasta la Aduana Argentina.

17 km de curvas y contracurvas doblando como si fuésemos motos debido a la carga, bajo la lluvia que nos hizo estar con todos los nervios alerta al camino.

Luego de esas rutas de montaña espectaculares, volvimos a nuestro país hasta el camping en La Angostura.

Día 21, fue el último día de pedaleo, de vuelta hasta Dina Huapi. Unos últimos kilómetros de paseo, disfrutando cada metro recorrido. Asombrados por el camino irreconocible por el cual habíamos empezado, ahora con Sol, sin lluvia, sin viento, ni frío, parecía un lugar totalmente distinto.

Días 22, 23, 24, desembarcamos en las cabañas donde habíamos empezado, para pasar tres días de descanso, lago, comidas en grupo/medio familia para esa altura, un cumpleaños y unos pollos al espiedo que no se podían creer.

Para ir cerrando, cosas para contar hay miles y todas igual de buenas.

Estoy recontra agradecido por la invitación, fue mi primer Cruce y ni en pedo el último, quiero viajar toda la vida en bici.

Para quién lo quiera hacer, hágalo sin dudarlo; lo más necesario contra todo miedo o duda es salir, no perderse ni una salida con el grupo, sea sábado, domingo, entre semana, con lluvia, viento, frío, calor, escuchar todas las recomendaciones y anécdotas; así vas sabiendo lo que te podés llegar a encontrar en la montaña, y una vez allá, lo único que te queda hacer es disfrutar los paisajes y compartir momentos hermosos con esta gente tan especial.

Bernardo.

Recorrer los Siete Lagos siempre me gustó, lo hice de mochilero en los 90, en auto años después, pero faltaba recorrer ese mítico camino en bici. Y aunque hacerlo en bicicleta es considerado algo para principiantes que comienzan sus salidas con alforjas, algo sencillo para quien pretende hacer un Cruce de Los Andes, pero no es tan así: La montaña es cambiante, cambia con el viento, cambia con la temperatura, hasta cambia con el tiempo que uno dispone para hacer el recorrido y ahí estuvo la gran diferencia…

Salimos de Dina Huapi en medio de un temporal habiendo esperado un día a que afloje la tormenta, el tiempo disponible no daba para seguir esperando y aún había lluvia con agua nieve que picaba duro, ráfagas de viento en contra que forzaban a pedalear hasta en las bajadas. Fueron como 68 km agotadores para llegar a Villa la Angostura; quedaba entonces para el día siguiente la gran aventura de recorrer los 110 km de los siete lagos en un día. Ya el temporal había pasado, ahora hacía calor y las pendientes para niños, hechas de un tirón después de una jornada agotadora fue un gran desafío que nos llevó más allá del límite. Pasar de largo por el lago Falkner que era la parada programada inicialmente nos dejó a algunos con un lagrimón, agotados al ver las bellas mochileras que llegaban de a decenas nos decía que quizás sí valía la pena hacer noche allí, pero el día perdido por el temporal nos hizo seguir.
Nos habían dicho y algo recordaba que la llegada a San Martín de los Andes era en bajada, pero siempre quedaba una cuesta más hasta bien entrada la tarde.
Finalmente pudimos llegar a San Martín bajando con un importante tránsito y hasta esquivando vacas.
Ese día fue probablemente el más duro de todo el viaje, que tuvo días igualmente duros, pero queda como experiencia que los siete lagos no son una pavada y la montaña siempre impone respeto aún en el circuito más popular.

Rescato una anécdota en la Aduana Chilena:

La subida por Carririñe fue dura y hacía calor. Al llegar a la aduana chilena aproveché para descansar los pies quedándome descalzo un rato, mientras charlaba con uno de los empleados de la Aduana sobre la experiencia del viaje.

Ya hechos los papeles de rigor restaba el registro del equipaje y ya sabíamos que había que abrir todo. El grupo se fue congregando mientras seguía charlando con el empleado de Aduana y al verme descalzo alguien preguntó por qué estaba así, a lo que respondí: TODOS DEBÍAN QUITARSE LAS ZAPATILLAS.

Después de horas de pedaleo en el calor eso podría ser toda una sorpresa olfativa, pero la sorpresa fue el asombro de Mirko que protestó:

-¡Como que me tengo que descalzar! ¡En ningún lado me lo pidieron!

Y ya dudando agregó:

-¿En seeeeerio?

A lo que el empleado de la Aduana, haciéndome la gamba, respondió con la mejor cara de póker:

-Sí, se tienen que descalzar.

La banda se quitó las zapatillas y ya habiendo terminado mi descanso volví a ponerme las mías ante la mirada sospechosa de que todo había sido broma.

Lo que no fue broma fue el registro de las bicicletas, los empleados de Aduana calzados con guantes de nitrilo metieron mano en cada alforja, en cada bolso estanco revisando que no estuviéramos introduciendo algo que no corresponde en Chile.

A mi me tocó una empleada muy concienzuda, revisó minuciosamente hasta que llegó al bolso de mano, introdujo su aséptico guante y lo primero que sacó fue el rollo de papel higiénico que no lucía muy bien, en realidad lucía horrible, ella puso una cara de profundo asco, lo soltó y ¡dejó de revisar!
Me había olvidado una barra de chocolate que se derritió con el calor, el rollo de papel salió con todo un pegote marrón diarreico que le revolvió todo a la empleada.

Sin querer descubrí cómo quitarles las ganas de revisar. De haber sabido del chocolate derretido le daba el bolso de mano primero…

Guillermo Moreira

Cruce de Los Andes 2020

Cada viaje en bici es una superación personal. En la cual ponés a prueba tu cuerpo, tu mente, sentimientos; pero para mí lo mas importante fue el CREER. CONFIAR en mí misma.

Gracias montaña por dejarme atravesarte y encontrar en vos la paz que estaba necesitando y esa seguridad que necesitaba creer que no tenía.

Reniego, me enojo, me canso; pero volvería en 1 a 1 a pedalearte aunque se hagan eternos…

je je je

Noe A.

Cruzar Los Andes en bicicleta, para los que hacemos cicloturismo, ya es un clásico.

Hay que pensar estratégicamente durante muchos meses que paso fronterizo elegir (por cierto un número gigante que de sólo pensarlo me quita el aire) y que lugares recorrer en el tiempo disponible.

Todos los cruces tienen diferentes complejidades, no hay que subestimar nada, clima… temperatura… lluvia… viento, es por eso que siempre digo: la superación es el desafío.

Comenzó la aventura un 6 de enero, casi un regalo de Reyes.
Bariloche, Dina Huapi y sus paisajes de ensueños.
Lagos, cascadas, volcanes… inmejorable panorámica.
Nunca es fácil convivir con un grupo de locos aventureros de la bici, pero se logra.
Cada uno tendrá su propia visión y su historia. Esta vez solo con palabras sueltas contaré la mía.

Verde, lluvia, arco iris, sol, frío, cansancio, calor, risas, camaradería, compañerismo, hambre, egoísmo, sed, música, silencios, empatía, abrazos, dolor, viento, agua, arroz, fideos, polenta, lágrimas, alegría, ausencias, galletitas mates, cerveza, tábanos, resistencia, platos, piñones, shopping, arroyos, kilómetros, altura, cascadas, energía, belleza, esfuerzo, tranquilidad… hito…

“me dolió hasta el ombligo”

“pude bañarme en el lago, observada por la inmensidad del Osorno”

“me molesté mucho con los tábanos, al punto de encerrarme en la carpa por varias horas a mirar Netflix”

“entré en una crisis de gran enojo cuando alguien comió mi medio pan (tortilla en Chile) que había guardado para acompañar mi cena”

“Juré no volver a hacer el cruce…” (todos los años hago lo mismo) … hoy ya pienso en el próximo.

Más de 1000 kilómetros… juntos

22/01/2020 vuelta a casa.

Voy por más.

Mirko

No se trata de un relato cronológico ni mucho menos de un diario de viaje. En breves palabras trataré de transmitir “sensaciones”.

Son ésas sensaciones que fui descubriendo a lo largo del recorrido, al contemplar paisajes, al rodar en solitario, al bajarme de la bici para empujarla, al dejarme empujar, al llegar a destino y acampar en lugares maravillosos o todos (los catorce, ¡sí!) en un quincho…

Éstas travesías te hacen crecer en todos los aspectos, uno termina sacando de adentro lo mejor y también lo peor… ¡je!
Con el correr de los días los recuerdos se van acomodando y hacen que el viaje haya sido aún más placentero. ¿Anécdotas? Decenas, centenas, ¿miles? Algunas se irán compartiendo, otras quedarán en la montaña.

Una reflexión; no hay que pelear contra el viento, no hay que pelear contra el clima adverso, no hay que pelear contra las montañas y ésas cuestas interminables, y principalmente, no hay que pelear con tus compañeros de travesía, porque sólo un grupo hace posible cumplir los objetivos de todos y cada uno de nosotros.

Para finalizar quiero agradecer a quienes me invitaron a participar del viaje, a quienes me ayudaron, me apoyaron, me alentaron, me criticaron y se brindaron desinteresadamente en mis momentos más difíciles.

El cierre lo dejo para “mis afectos”, que todos los días y a miles de kilómetros de distancia, tuvieron las palabras justas en los momentos indicados.

Después de haber completado mí primer “Doble Cruce de Los Andes”, me siento inmensamente feliz.

¡Salud!

Guillermo S.

Si tuviera que elegir palabras para resumir la travesía, las primeras que se me vienen a la cabeza son dolor, determinación y felicidad…

Dolor porque nunca sentí tanto dolor en mi vida pedaleando… A pesar de haber entrenado todo lo que pude y si bien en los momentos más complicados nunca me faltó el aire, ni me quedé sin piernas, ni me acalambré; sí subestimé de forma muy grosera la importancia de una buena postura para pedalear. Tan así que en algún momento el dolor en las rodillas hizo que cruzará por mi cabeza abandonar la travesía.

Estaré eternamente agradecido a los consejos de mi amigo Marcelo que supo corregir todos los errores que estaba cometiendo y al segundo día de haber corregido la postura los dolores prácticamente ya habían desaparecido.

Determinación porque a pesar del dolor agudo que sentía y el cansancio mental que me generaba dicho dolor pude cumplir con los kilómetros establecidos día a día. Ya sea pedaleando hasta que no podía más y me bajaba a descansar o caminar para no lesionarme. No me avergüenza decir que me baje de la bici y caminé algunas trepadas para poder llegar ni perjudicar a ningunos de mis compañeros.

Felicidad porque a pesar del dolor, del cansancio, etc. la pasé ¡excelente!

Doy gracias por el excelente grupo de amigos con los que me toca salir todos los domingos y compartir estos viajes Inolvidables.

¡Y volvería a hacerlo sin duda alguna!

Y tal cual dice Martín en uno de los videos llegando a Dina Huapi: “¡Estos enfermos quieren seguir pedaleando!”… ¡y al menos en mi caso es verdad!

Agustín F.