En busca del destino

¡Qué salidón!

Me agaché, miré para cualquier lado, me hice la que acomodaba la bici, entre otras estrategias para no ser seleccionada para escribir la anécdota. Pero todo llega en la vida y cuando menos te lo esperas, te mira Luis fijo y te dice “¿esta vez la escribís vos?”. Sin embargo, a pesar de los mieditos de escribir algo que muchos leerán, esta salida me dio material de sobra para contarles lo que sentí cada segundo del viaje.

Se me cruzan miles de cosas por la cabeza todas mezcladas, todas divertidas, hermosas sensaciones que disfruté este fin de semana.

Mis preparativos comenzaron el jueves, cuando salí a las corridas a buscar unas alforjas que me prestaron y me cocine algo para llevar. Desde ese día una gran ansiedad me movilizaba y pensaba ¿cómo será esta salida? ¿Podré esta vez llegar bien? Y mejor a un, ¿podré volver?. Si bien esta no es mi primera experiencia con alforjas, siempre me surgen estas preguntas que se resuelven en el instante en que me encuentro con el resto del grupo. Al llegar al punto de encuentro y ver la cantidad de gente que éramos, no lo podía creer. ¡Cuántos locos que somos!

La mañana nos mostró un lindo sol que nos hizo olvidar por un tiempito la fresca que hacía. Pero mientras más avanzábamos, las nubes gris plomo que nos jugaban una carrera, insinuaban pasarnos por encima y cada tanto soltaban unas gotitas de amenaza, para que sepamos que estaban ahí. Esto nos regaló un paisaje increíble y creo que ni las fotos van a poder mostrar lo que sentimos muchos en ese momento, el estar bajo la amenaza de esas inmensas nubes oscuras en el medio del campo y seguir pedaleando con un único objetivo: llegar a la Reserva. Así pasaron Correas, Bavio y Arditi. Y así, enamorada del paisaje y disfrutando las charlas con los compañeros de cada ocasión, me encontré que de un segundo al otro habíamos llegado a la Reserva, casi sentí que me choqué con ella. De más está describir lo hermoso del lugar. Las fotos se encargarán de contar esa parte. Pero lo que disfruté más desde que pisamos ese lugar fue realmente conocer a muchos. A esos que identificaba quizás tan solo por la bici, la vestimenta, el buzo, el pelo, el no pelo, ahora empezaron a tener nombres y luego características maravillosas.

Varias vueltas tuve que dar para conseguir un lugar dónde dormir y gran parte del sábado tuve un colchón hermoso de alquiler que por problemas jurisdiccionales no lograba ubicar en ninguna habitación. A la vez que peleaba por mi sitio donde dormir, se desató una lucha de clases sociales, impulsada por los dueños de la Reserva y este genial grupo fue divido entre los de La Alta (gente que paraba en los Dormis) y los de La Villa (gente que paraba en el Camping y tenía absolutamente prohibido pisar el territorio de los Dormis). Sin embargo, la unión de este grupo demostró que podían ponerle el rótulo que más quieran y darle todas las vueltas posibles, pero las bondiolitas del sábado por la noche se desarrollaron en la más completa armonía y a las carcajadas limpias. Ni el frío de la noche pudo apagar la alegría que teníamos de estar ahí, da haberlo logrado. Se podían ver caras de cansancio, quejas por sobrepeso (no voy a dar nombres, pero cierta persona de sexo masculino y gran altura cargó con la mochila de cierta otra persona de sexo femenino que al parecer incluyó entre los elementos esenciales para la vida las pantuflas color rosa peluditas y el secador de pelo) y muchas cosas más. Pero lo que seguro había en cada uno de nosotros es ganas de compartir lo lindo que la estábamos pasando en ese lugar.

Durante el sábado hubo tiempo para caminar hacia el río, para una caminata nocturna en la cual una hermosa luna y un calmo río tuvieron un papel protagónico y el domingo por la mañana nos dejó tiempo para recorrer la reserva y disfrutar de sus innumerables y verdes senderos.

Al tiempo de volver, obviamente no quería hacerlo. En lo que a mi respecta, algo había cambiado en relación a la gente del grupo. Siendo una integrante del grupo relativamente nueva, me sentí parte, me hicieron parte y me dejaron ser quien soy. Me dejaron disfrutar cada segundo que pasé junto a ustedes. Por eso, a pesar de haber escrito tanto (perdón por tanto palabrerío) me quedan miles de cosas sin contar y que me gustaría compartir con quienes no pudieron venir.

Les agradezco a todos la buena onda y la fuerza que dan. Hacen desaparecer el cansancio, el frío, el dolor y dibujan en quienes los conocen una sonrisa en el corazón. Espero que podamos compartir muchos momentos más como este. Si llegaron hasta aquí, ¡gracias por leerme! ¡Saludos a todos y nos vemos el próximo finde! .

Romina (la acróbata).