Fuego en Buchanan

Donde Hubo Un Tren, Hoy Hay Cientos de Historias.

Aquella estación sin pueblo en la que reina la serenidad al ritmo del viento que con el susurro de los pájaros y sus pequeños insectos inquietos, logran encantar cualquier mirada. Así es la pequeña estación Buchanan, de la que varios no hay oído hablar pero que oculta muchas historias. Esa tímida estación que se esconde entre un camino sinuoso y despoblado fue en su momento un importante eslabón en el sistema ferroviario en la década de los 90′, pero no pudo resistir a su clausura después de varios intentos por mantenerla viva.

Afortunadamente, aún se mantiene en pie a través de las recurrentes visitas que recibe de personas encandiladas por recorrer un trayecto, alcanzar un destino, personas que enfrentadas a todo, siguen hacia adelante a un ritmo constante, alentador y ambicioso; este es el gran grupo La Loma, con quienes he compartido una salida única como las que he vivido!

Aquel día el cielo desplegaba su dulzura entre la brisa del viento y las tímidas nubes que, de a poco, iban acomodándose a un lado dando lugar al Sol en su resplandor. La aventura estaba a punto de comenzar, y no había dudas que me sorprendería.

Así, ambas preparamos algunas cosas necesarias para el viaje y emprendimos camino hacia el punto de encuentro. En aquel domingo, la ciudad se encontraba calma al compás de algunos autos que, por su pasividad, simulaban no tener otro fin que la distracción misma. El viento era constante, por momentos revoltoso en sus movimientos, y el sol no dejaba de ocupar con su particular imponencia cada lugar que se encontraba a su asecho.

Pasamos a buscar a dos compañeros que por cierto eran muy simpáticos!. Uno un tal Enrique, el futuro profesor de Sofía que desde la primera impresión de paró de reírse y sorprender con su simpatía, y su compañera de viaje que aparentaba ser una dormilona por naturaleza (pequeña deducción por los comentarios durante la espera).

Emprendimos viaje al lugar en el que se encontraba el resto. Ese tal Enrique no paraba de hablar, cosa que me sorprendió en un hombre; suelen ser más cortos de palabra, o eso creía!. Llegamos con algunos pequeños desperfectos de la caprichosa alforja de Chini, pero llegamos.

El camino inicial fue cómodo y placentero; -todavía había asfalto!-, y mientras recorríamos la zona hasta Buchanan, mi sentido de orientación se perdió entre las nubes. No tenía la más pálida idea en dónde estábamos. No me preocupada de todas formas, aquel grupo sabía muy bien lo que hacía, y aunque le pregunté a algunos el lugar en el que estábamos, balbuceaban al precisar su ubicación, pero sabían llegar y volver, ¡con eso era suficiente!

El camino era tan volátil de imágenes que la inquietud por la retrato que vendría era inevitable. Por momentos logré apropiarme del camino, de disfrutar una percepción nueva, la libertad en dos ruedas. Y así me deje llevar. Seguía al resto, pero por momentos descubrí que lo importante no era ir junto a los otros y hacer lo que hacían los demás, sino que lo realmente fascinante era apropiarse del camino, plasmar emociones en el paisaje y liberar con gloria las impresiones en él. Lo increíble de aquella experiencia era que el tiempo perdía valor, su estado consciente se volvía casi nulo al punto de generar una línea del tiempo enlazada a partir de la presunción de la temperatura, el cansancio o la posición del Sol.

Poco a poco la temperatura se iba sintiendo en el cuerpo, principalmente en los hombros y las mejillas (¡así me quedaron después!), y el viento empezó a soplar con más fuerza a medida que los que iban adelante levantaban el polvo del camino. Nos estábamos acercando a la estación, y ya de lejos se sentían los comentarios quejosos del camino de las vías. Supuse que sería un camino con “obstáculos”, y cuando lo vi me quería matar. No tenía salida!, tenía que pasar entre los cardos que medían como dos metros de altura!, el cardo hermoso y precioso con sus ásperas espinas y sus encantadoras flores violetas!!?. Romina que iba delante mío me dijo: “¡Vos podés!, ¡Cerrá los ojos y pedaleá!”, y así fue!, (no cerré los ojos pero aceleraba el ritmo y levantaba ambas piernas hasta que la velocidad midiera mi impulso para tener que bajarlas nuevamente). ¡Qué suspiro pegué cuando pasamos el famoso y adorable camino de las vías!, desde ese momento creo que entendí las quejas, muy ciertas!

Ni bien llegamos, el paisaje cambió notablemente. El calor saturaba la piel y aire a su alrededor. Todos nos acomodamos en la sombra a relajar los pies y la energía de reserva para la vuelta. Comimos, nos sacamos fotos, nos reímos, nos conocimos un poco más entre los que no teníamos mucha experiencia en estos recorridos. (¡Mortal la parrilita y los patys!), y así descansamos un rato. El tema era volver!, y pensaba, “¡Por favor!, por el mismo camino no!”, dicho y hecho; fue diferente, respiré nuevamente, ja ja ja…

Me apropié de un lindo recuerdo de esos que perduran: La estación con sus encantos y sus historias con las que nosotros la vamos recorriendo nuevamente por sus andenes. Gracias a todos por la calidez!, un grupo muy unido y solidario! Simplemente me quedo con la sensación de que uno no tiene límites más allá de aquellos que nos define la mente y nos frena la razón, que la perseverancia está siempre presente, sólo es cuestión de enriquecerla, y que el coraje prevalece en nuestra mente de forma innata; sólo hay que florecer su fuerza.

Un abrazo.

Celeste