Reyes de La Loma – Día 1: Plazas

¿Vos te acordás de los Reyes Magos? ¿De la vigilia? ¿Te quedaste sin dormir alguna vez para encontralos? ¿Le pusiste talco a las zapatillas para que no se espanten? ¿Dejaste pastito para los camellos?

En mi infancia, en Puerto Madryn los esperábamos en la rambla, frente a la costa. Llegaban en un catamarán iluminado desde el mar. Todos eran parte del juego: los bomberos que hacían sonar la sirena del autobomba cuando se acercaban los reyes; los vecinos que se habían disfrazado, los que repartían golosinas en la vigilia, los padres y madres que acercaban a sus hijos… todos de acuerdo en conservar el secreto, en mantener la magia.

Luego me di cuenta que detrás de toda la puesta en escena había gente mayor laburando desde hacía días para que uno abra los ojos de asombro. Había una silenciosa red de colaboración que hacía que la maquinaria funcione.

Y así, nuevamente fui un Rey Mago. Me tocó Gaspar; y junto a Melchor (Luis) y Baltasar (Martín); salimos a bicicletear por ahí con los bicicamellos cargados de golosinas y un poquito de algo más…

Tímidamente iban apareciendo las sonrisas, las caritas de asombro al ver lo imposible, lo soñado. Y se iban sucediendo los momentos mágicos:
Una nena nos abraza como abraza una abuela que no ves hace tiempo: con todo el amor posible; y cuando se aleja nos grita “¡Los quiero!”.
Otro peque pasa la barrera del susto y del llanto por medio de un alfajor y accede, con dudas, a la foto; y sale contento. Aparece una abuela pidiendo fotos para los nietos, para mostrarle a los nietos.

Quiero detenerme en un momento que ilustró la tarde:

Estamos los Reyes Magos de La Loma bajo las escalinatas de la Catedral. Vemos que un nene viene corriendo a nuestro encuentro, dejando a los padres atrás. Lo vemos venir y vamos preparando alguna bolsita de golosinas. Llega. Está emocionado; y no le dan los ojos para abrirlos más. Se para a metro y medio y se descalza las crocs. Las pone delante nuestro, delante de los Reyes Magos que no deja de mirar con asombro, y nos dice: “Acá les dejo mis zapatitos”.

En ese instante, hay magia. No hay truco, ni decorado, ni actuaciones; es magia pura e inocente.

Gracias enormes a quienes colaboraron con tiempo, golosinas, juguetes, y algo más, para que Melchor, Gaspar y Baltasar; y sobre todo, las niñas y los niños… (y abuelas y abuelos) pasen una tarde diferente.

Brindo a vuestra salud,

Gonzalo LM