Salida a Poblet

Una vez más me toca contarles cómo nos ha ido este fin de semana. En unas pocas palabras, diría que… ¡hermoso! Pero creo que lo más interesante no es cómo nos fue, sino qué camino nos llevó a pasarla tan bien.

Quizás la primera impresión al leer esto será “ésta está reloca” con lo cual concuerdo. Pero este domingo tuvo algo muy especial para muchos. Paso a describirles la jornada.

Nos juntamos en sendos puntos de encuentro y una vez unido el grupo en 68 y 131, organizando el recorrido entre las guías Norma, Moni y el guía “Cebadeño” Leo (a quién lo obligamos a guiar por la fuerza) nos dispusimos a salir camino a Poblet. El día se nos presentó soleado, templado y con algunas nubes. De camino al punto de encuentro, comentábamos con Sofi sobre el día tan bonito que nos había tocado para esta salida a pesar de la lluvia que habían anunciado. Nos sentimos dichosos de semejante bondad climática y pedaleo a pedaleo nos fuimos acercando a nuestro destino.

En el camino las mismas experiencias e imágenes que te llenan de emoción en cada salida. Al menos tres chicos pequeños que en compañía de sus padres y sus bicis se animaban a una salida distinta; una chica nueva que había venido de la mano de su amiga casi nueva en el grupo (esta fue su segunda salida); los chicos de Cebados, con quienes siempre está bueno compartir salidas y los locos lindos de siempre, amigos con los que disfruto de compartir aunque sea un cachito de mi vida.

Con un pedaleo tranquilo pero constante finalmente alcanzamos nuestro destino final. El Aljibe de Poblet se abría paso en nuestro camino para esperarnos con los brazos abiertos (y una que otra cosita en el asador).

Cuando tomamos el caminito de entrada al lugar, por primera vez observé que el cielo ya no era tan celeste como antes. Por el contrario se nos acercaban unos densos nubarrones que me inquietaron un poco. “¿Lloverá?”, pensé. “Capaz se aguanta”, me atreví a soñar. Pensé en los niños que hacían su primera salida, ¿cómo volverían si llueve?. Ni bien acomodamos nuestras bicis y comenzamos a recorrer el lugar, las primeras gotas empezaron a caer. El asado ya estaba en camino, nuestro hambre también y la lluvia que ya había llegado comenzaba a intensificarse cada vez un poco más. La gente del Aljibe nos proporcionó un tinglado donde refugiarnos junto con las bicis y encontrando este lugar seguro para aguardar a que pare, comenzamos a comer, tomar mate y algún otro aperitivo (algunos se tomaron en serio lo de tomar…) y contar anécdotas y chistes, esos que siempre nos gusta traer al grupo y de los que nos encanta reírnos. La lluvia tomaba protagonismo y un caballo atado a uno de los pilares del tinglado comenzaba a ponerse nervioso, relinchar y moverse de aquí para allá. El pobre estaba bajo la lluvia y se alteraba cada vez que la intensidad de la lluvia aumentaba. Llegaba el mediodía y la situación climática ya había terminado en la suspensión del evento que íbamos a ver. No iba a haber carrera de sortijas para nadie. Sin embargo, ni la lluvia pudo con nuestra hambre y en un rato colaboramos a liquidar lo que un tiempo atrás estuvo en el asador.

Con la lluvia la temperatura bajó un poco y dado que algunos nos habíamos mojado al ir de un lado a otro en busca de comida, empezábamos a tener frío. En un rato en que la lluvia amainó un poco, muchos decidimos irnos. Se armaron grupos y cada uno eligió cuál era su mejor camino de regreso. Un par de los niños se volvieron en un auto que pasó a buscarlos y otros emprendieron viaje de regreso alcanzando la ruta 36. Una parte del grupo decidimos tomar el camino que lleva a Correas para luego a partir de allí hacer el viaje de regreso por asfalto. Esperábamos mucho barro en el camino por el cual habíamos llegado y procurábamos evitarlo tomando este otro, con la esperanza de que estuviera más firme.

Al poco tiempo de pedaleo, se nos complicó avanzar. Había dos caminos, uno desconocido y uno lleno de barro. Tomamos por el camino lleno de barro, porque era el camino “conocido”. Lo que no sabíamos era que ese barro, además de intransitable, se iba a quedar con algunas de nuestras bicis. Era un verdadero fangal. No había modo de avanzar ni siquiera caminando. No era posible pisarlo sin perder el equilibrio. Mucho menos se podía pasarle una bici por encima. Comenzamos a tomar por los laterales, pero la acumulación de barro en las horquillas y frenos impedía rodar las bicis y debíamos poner manos en el asunto. Metiendo la mano para extraer la mayor cantidad posible de barro podíamos llegar a liberar las ruedas un poco y pedalear unos metros más. Pero a los pocos metros la situación se repetía y había que volver a frenar. Para darle un toque de distinción al momento, comenzó a lloviznar, con lo cual cada vez se empantanaba un poco más el camino.

Al rato de pedalear, o caminar, por el fangal comenzaron los primeros problemas. Uno de los chicos, Joaquín, cortó la cadena. Gracias a que Norma retrocedió en el barro con el cortacadenas que nos prestó Gonza, con Juan Pablo le ayudamos a unirla nuevamente, entre el chocolate que eran nuestras manos, herramientas, bicis…Veíamos venir camionetas que no podían mantenerse en el camino, coleaban y avanzaban dificultosamente por esos caminos que nosotros queríamos pedalear. Nuestro amigo Joaquín pudo avanzar un poco más, pero unos metros más adelante terminó por romper el fusible. Su día estaba terminado, pero había que encontrar un modo de sacarlo de ese lugar para que pueda volver a casa con su bici. En eso, una camioneta con un hombre y su pequeño hijo se asomó por el camino. Los paramos, les pedimos ayuda, pero la imagen no era muy atractiva para el pobre hombre y su hijo. Sin embargo, el hombre que iba en dirección contraria a nosotros dio la vuelta y nos permitió subir el “barro con bici” que teníamos en ese momento y a Joaquín también. Fue increíble ver cómo la limpieza extrema de su camioneta se manchaba con la bici enchastrada que le subimos. Si bien el hombre no estaba en lo más pleno de su felicidad, su hijo estaba súper entusiasmado y nos decía por la ventana: “Fue gracias a mi, fue gracias a mi!”, con lo que asumo que él hizo su parte para convencerlo. En resumen, ¡un genio total!. Con Joaquín a salvo y camino a su casa, sacamos un poco más de barro y seguimos viaje. El resto del grupo se había adelantado mientras intentábamos arreglar la bici y ahora debíamos alcanzarlos.

Sin embargo, no pedaleamos mucho hasta ver que la camioneta que se llevaba a Joaquín había parado una vez más. Esta vez, quien había roto su bici era nuestra amiga nueva, con su bici estreno. La pata de cambio estaba completamente dada vuelta, con lo cual nada más se podía hacer. Nuestro amigo de la camioneta no dudó en cargar una bici y un ciclista más y ambos quedaron camino a su casa, un poco apenados, pero en buenas manos.

En la entrada a Correas finalmente nos reagrupamos y gracias a la buena onda de la señora del almacén que nos prestó una manguera, pudimos sacar lo más grueso del barro que impedía que pedaleemos libremente. En ese segundo que paramos a lavar las bicis me di cuenta al ver al resto de lo embarrados que estábamos. Me causó mucha gracias ver a todos llenos de barro de pies a cabeza. Ahí me enteré que Fernando también había roto su pata de cambio, pero él solucionó su problema sacando la pata y acortando la cadena. El resto del camino fue de lo más divertido, viendo como Fer pedaleaba en diferentes combinaciones de piñón y plato, dado que su cadena saltaba de uno a otro por una mera cuestión de azar, con lo cual el pobre grandote sufría cambios de velocidades repentinos y cada dos por tres se le salía completamente la cadena. Pero bueno, que se le salga la cadena a Fer no es ninguna novedad…

Así fue, como allá por las 18hs, finalmente llegamos a la ciudad. Estaba al llegar tan cansada como feliz. Tanto que me dispuse a terminar con el barro que todavía tenía mi bici en ese mismo instante. Más de una hora me tomó esta tarea, pero mientras lo hacía recordaba todo lo que habíamos pasado y lo que nos reímos ese día. Ni la bandera de La Loma se salvó de su paso por el lavarropas.

Qué más decir sobre otra salida atípica que nos ha tocado vivir. Cuando empezó a llover, le envié un mensaje a Luis con un “Gracias” irónico, porque nos había encargado una salida lluviosa y embarrada para guiar. Sin embargo, hoy viendo las fotos y recordando todo lo vivido, debo darle un “Gracias” verdadero, por permitirnos vivir estas experiencias y por confiar en nosotras para superar lo que se nos cruce de camino junto con El Grupo.

Romina A.