Salida con alforjas al Río Samborombón

Relato de Juan Matías

Nuestra previa fue como la de casi todos en momentos de inminente salida con alforjas: prepararlas. Si bien hace rato que participamos de este tipo de salidas, la emoción nos inunda y las dudas no nos abandonan. La pregunta de Isa “¿Qué llevamos?” navega por nuestras mentes. Mi respuesta “Y no se…” es la inmediata. Finalmente de decir “es acá nomás, no llevamos nada” pasamos a llevar las alforjas completas.

A las 8:30hs. ya estábamos arribando en la estación de servicio, el lugar de encuentro de siempre y luego del aire en las ruedas y del grito “áura!” dimos formalmente inicio al la travesía propuesta.

Escoltados por un puñado de amigos que nos acompañarían hasta Oliden, nos largamos hacia los caminos rurales. No fuimos pocos los que participamos de esta salida, el avance por los caminos en una maza formada por tres menos que treinta cicloturistas hacía levantar molesto polvillo para los que a veces pedaleamos atrás.

Por detrás venía el invisible, el que a veces lo consideramos amigo, el que a veces lo amamos, el que a veces permanece ausente, el que viene de costado y el que nos refresca, el que a campo traviesa avanza siempre: el viento. Amistoso esta vez.

Obligadamente hicimos una parada en Poblet a emparchar una rueda de Isabel y ahícito nomás como si nada hubiera sucedido, continuamos el circular pedaleo hasta Oliden, la posta de descanso, rehidratación, reaprovisionamiento de pan, reacomodo de bártulos y recomposición de grupos: los once que escoltaban regresaron a La Plata (fotos), las treinta y dos alforjas transportadas continuaron hacia el siguiente punto de descanso.

Los caminos en muy buen estado, el ánimo, el entusiasmo de todos y quién sabe qué más hicieron que en poco rato más ya estemos arribando a Est. Ferrari. El almuerzo fue un trámite y la digestión ya estaba haciéndose sobre la bici.

Un vez, un amigo me dijo: “la fuerza pasa de la pierna al tobillo, de este al pié y luego al pedal, a la palanca, sube por esta hasta el plato, se transmite hacia la rueda trasera por intermedio de la cadena hasta la corona del piñón, ingresa a la maza, sube por los rayos, atraviesa los niples, llega a la llanta y se empieza a liberar pasando desde la cubierta hacia la tierra…” y cuando terminé de pensar esto, ya estábamos llegando en una jornada récord a las 14.30hs. al almacén de Est. Vergara… tiempo más que suficiente para descansar y refrescarnos.

El arribo definitivo a las orillas del río Samborombón fue 6 kilómetros más adelante.

Armar las carpas rápidamente, preparar la cena cuanto antes y demás cuestiones que solemos hacer por falta de luz no ha sido necesario. De fondo sonaba la “sinfonía de luz de sol para rato” interpretada por la Orquesta Estable del Grupo La Loma. La ópera traducida al castellano dice algo así como… “Parate que me hago unos mates… me siento un cacho y charlamos a gusto, ¿Quién nos aprieta? Yo armo la carpa cuando quiero… ¿Total qué? Tenemos tiempo para ir a caminar por la orilla del río, hasta donde queramos… mirá… mirá… me voy a ver a los pescadores que están por allá… voy y vengo y todavía tengo luz…”

El grupo se auto-organizó y nos adentramos en el bosque cercano, haciéndonos camino por donde nos acordábamos que había senda. La maleza era dueña del territorio, nos ponía obstáculos, nos arañaba con los cardones, nos inundaba el terreno, pero pudimos hacernos de algunas ramas, las suficientes para disfrutar del esperado fogón que se inició a las 20 hs., que finalizamos a las 23hs y que Normita regenteaba. Coincidimos que faltaba uno, y dos, y muchos amigos. Pero ese momento, esa obnubilación que provoca el fuego, la luz, el ruido, las chispas, el humo, el olor… ese momento, esa noche, era solo para nosotros.

La cena antecedió al fogón, y los mecheros calentaron arroz por ahí, algún pedacito de carne, y unas modestas brazas unos fideos blancos. El moderado tinto lo aportó Sergio. Y cuando estábamos todos ahí, alrededor del fuego, el silencio hacía estruendo: Marcelo Toscani se acostó temprano. Un té verde, un té rojo, un café y las bajas se iban presentando… con los pocos que quedamos aniquilamos unos mates y ya siendo dos, como si no quisiéramos, como quien aguanta más que el otro, terminamos de quemar la última ramita, aflojé y me despedí de Sergio…

A las 5 y pico de la madrugada se despertó Toscani y nos despertamos todos y Lito también se despertó.

Luis El Pela aprendió a armar su carpa y a desarmarla también.

A la noche salió no se porqué el tema de la hora a partir: Marcelo Toscani dijo “a las 8hs. am de la tarde…” (él se levanta todos los días a las 4 de la madrugada…), otros que a las 9, 11, 10…. Y como siempre a la hora que sea: fue a las 8:30hs. y sin apurar a nadie. Lito hizo a tiempo.

Saludamos a Daniel en su día de cumpleaños antes que lo haga Mary, nos subimos a las bicis y como se esperaba, con una brisa de frente, empezamos lentamente una jornada larga. Pasamos como tropiezo el almacén de Vergara cerrado y aterrizamos en Ferrari para la recarga de agua. Y como si nada ya llegamos a Oliden, con cierto cansancio por el pedaleo incesante de dos jornadas que ya les adelanto el final adivinado de este relato: espléndidas.

Sobre el arco de Oliden, Daniel Matías se me hace el guapo y me retruca una pedaleada que habíamos hecho el día anterior entrando a Oliden y me reta a repetirla, ahora con viento un poco en contra… y la iniciamos, nos acomodamos sobre las bicis y aumentamos el viento en contra, desde atrás nos largamos y fuimos devorando las rayitas del asfalto. Fuimos pasando los grupos que se van formando naturalmente. Ya delante de todo, y controlando el ritmo, el horizonte era nuestro, ni Daniel ni yo hablábamos, los únicos que molestaban eran los neumáticos contra el asfalto… la joda les interesó a Rulo y a Lito y de dos pasamos a ser cuatro. No se cuánto duró esa pedaleada, pero ninguno le aflojó. Llegamos los cuatro a la 36 y a los segundos Isabel y Toscani. A Daniel Matías solo le dije que sin esfuerzo no hay mejora y el tipo se lo tomó en serio…

Y como que ya no queda mucho por contar. Resta decir que paramos en el aeródromo de Poblet, sobre la ruta 36 a almorzar, que visitamos el hangar, y que algunos regresaron a sus casas por la ruta y otros “por adentro”

Primero agradezco a todos por esta salida. Y segundo quiero expresar una reflexión que la menciono en nombre de todos los que participamos de esta salida:

Nos dimos cuenta que cuando hay amistad y hay tiempo, las pavas son chicas. Pero un mechero, unas brazas, agua y yerba siempre hay…

Saludos y nos vemos en cualquier salida…