Doble Cruce de los Andes 2006
Pasos Los Libertadores, Mendoza y Pichachén, Neuquén

Cruce a Los Andes 2006

Hola chicos, es un gusto poder estar en contacto con todos ustedes, estuvimos tres días entre las cordilleras y no podíamos enviar info ni hablar por telefono, ¡ya los extraño un montón!
Luego del Valparaíso nos tomamos un cole hasta Los Andes y desde allí pasamos nuevamente por el Paso Pichachen, fue un cruce duro, pero muy lindo… si hasta Mati jugó con la nieve
Fue muy emocionante llegar a la cima y ver a mi Argentina… nos abrazamos con Matias y sentimos tantas cosas lindas que quedaran grabada en mi corazón por el resto de mis días.
Fueron 620 km inolvidables (Mati en unos días más les enviara un resumen) sacamos más de 1800 fotos que ya las verán.
Bueno chicos estamos en Neuquen a la espera del cole que nos lleve a La plata estaremos por allí mañana a las 9 h aproximadamente.

Quiero agradecer a todos por sus correos y también quiero que sepan que todos ustedes fueron parte de esta aventura porque siempre estuvieron presente.
Un abrazo y gracias por estar siempre.

Luis.

Doble Cruce de Los Andes

Grupo La Loma – ene/2006

“A veces creemos que pensamos, pero en realidad nuestra mente bucea en un estado confuso y caótico en el que se alternan imágenes, recuerdos, sensaciones o fragmentos de pensamientos”

Estado de Madurez Mental, dentro de los estados de madurez psicológica

 

Introducción:

El que sigue, es el relato día a día, de lo acontecido durante los días 12 al 24 de enero de 2006: el primer y segundo cruce de la Cordillera de Los Andes de Luis Vázquez y Matías Luppi.

A su vez, al final del mismo, incluimos agradecimientos, los gastos, datos kilometrados y, a modo complementario e informativo, una breve alusión a la Ruta Sanmartiniana y al Puente del Inca

Antes del primer día

Luego de cambiar los pasajes de Malargüe el 13 de enero para Mendoza capital el 12 de enero y de enviar las bicicletas por encomienda, llegó el día.

Juan Carlos pasó a buscarme junto a Luis y Lilian, su mujer, y Laura, quién se quedó en La Plata luego de saludarnos y de dejarnos una carta para que la leyéramos en el camino.

Llegamos a Retiro y, durante la espera, llegó mi viejo a despedirme. El colectivo partió con cuarenta minutos de retrazo. Nos ubicamos en los dos primeros asientos, en el piso superior.

Durante el viaje, que duró once horas, charlamos sobre el viaje y las dificultades que se nos presentarían. No demoramos mucho en comenzar a hablar del tema. Es entonces que una vez más, Luis me sorprende con un nuevo cambio de planes: llegar hasta la costa y descender bordeándola.

A unos 80 kms antes de llegar a Mendoza, Luis, mirando al horizonte ya montañoso, me pregunta: “¿Esas son nubes?”, a lo que sorprendido le respondo “¡No! ¡Es el Aconcagua!”. Se identifica muy fácilmente. Se destaca lejos, muy a lo lejos, de los cerros que lo bordean. Un pico nevado muy imponente que, a medida que ingresamos a la capital mendocina, se va ocultando nuevamente (ref. 1613 y 1614)

Primer día: viernes 13 de enero. Mendoza – Villavicencio “La admiración”

Llegamos a las 9 de la mañana y ya hacía mucho calor. Inmediatamente nos dirigimos hacia el sector de despacho de encomiendas con la sorpresa de que las cajas aun no habían llegado y no sabían su paradero, pues no tenían conexión con la terminal de La Plata. El próximo camión con encomiendas llegaría a las 19hs. y a las 21hs. otro. Al ingreso del ómnibus a la terminal, con Luis habíamos echado un vistazo al galpón y divisamos unas cajas, pero sin poder identificarlas. Fue por eso que Luis se dirige con un empleado hacia dicho almacén. A su regreso y con una sonrisa que me contagió automáticamente, me dice “¡La bicis están!” y detrás de él, con un carrito, el empleado con las dos cajas. Sucedió que no le dieron entrada al sistema informático.

Mientras armábamos las bicis, se acerca un brasilero, ciclista, que nos consultaba lo que no sabíamos. Le propusimos salir juntos ya que él iba también para Chile cruzando el túnel, así que fue al sector de información turística mientras nosotros terminábamos y se vino con el dato de que habría que pagar $50 para cruzar la cordillera. De eso no habíamos tenido noticias nosotros. El brasilero desapareció, se habrá ido solo, pero nos dejó esa duda, así que, ni bien terminamos de armar las bicis, nos dirigimos al sector de información y nos dijeron que les cobraban a los extranjeros que permanecían en Argentina y deseaban cruzar a países limítrofes. De todas maneras, no se por qué les cobran.

Ya eran las 13 hs, así que fuimos a comer unos sándwiches y partimos una hora más tarde. Preguntamos por el camino a tomar y la gente no se correspondía con lo que decía el mapa. Nos indicaban un camino que iba para otro lado, pero nos guiamos por el mapa.

La salida de la capital no fue muy densa. Nos demoró unos minutos no más. El primer tramo fue tranquilo y a pleno sol. Al fondo, se veían los grandes cerros, muy lejos. A nuestro alrededor, desértico y un poco árido con algunos cerros bajos que poco a poco pasaban de estar al frente, a estar al costado y luego atrás. El camino pavimentado. Al comienzo algunos camiones, pocos, que desaparecieron al rato; luego automóviles, la mayoría de ellos haciendo turismo.

El primer tramo del camino, pavimentado y con buena banquina, con pocos árboles que den sombra y sin arroyitos para cargar agua, se presentaba como una línea con pocas curvas que se perdía al fondo, bien lejos, levemente en subida y pocas bajadas. Pero a medida que avanzábamos algo nos llamaba la atención, pero ninguno hacía comentario. Los ascensos no nos costaban mucho, pero los descensos, para descansar las piernas, intentábamos vanamente hacerlos sin pedalear. Digo vanamente, porque si dejábamos de pedalear, la bicicleta se detenía. Sí, y en los ascensos, continuaba. Era de no creer. El ascenso se veía claramente y para atrás, el  descenso, pero se sentía al revés. Entonces lo probamos colocando una caramañola en el piso y si, en vez de subir bajaba. Lo tuvimos que filmar para que nos creyeran. Es una ilusión óptica, pero no le encontramos explicación (ref. 1619 – 1624).

Durante este tramo en el que escaseaba un poco el agua, nos encontramos con la planta embotelladora de “Agua Mineral Natural de Manantial Villavicencio”, que en realidad es Aguas Danone de Argentina S.A., en el kilómetro 16 de la ruta 52, donde ingresamos a pedir agua.

Al rato, nos detuvimos en el “Monumento Canota”, que simboliza la división del “Ejército Libertador” para el cruce de Los Andes. Por un lado, partirían los hombres del entonces Coronel Juan Gregorio de Las Heras, pasando por la estación Canota hacia Uspallata. Por otro lado, partirían hacia el norte, los hombres del General Soler y el General O`higgins, por la estancia Las Higueras, hacia el paso de los patos, en San Juan (ref.1625 y 1626)

Ya rodeados por los cerros que se veían lejos, el camino sigue un tramo con el buen asfalto y, primero, desaparece la banquina, y luego el asfalto, a la vez que van apareciendo arroyitos con agua transparente, fresca y aliviadora. El paisaje cambia. Ya hay mayor vegetación, o esta está a la alcance nuestro (ref. 1627 – 1636)

Así es que llegamos a Villavicencio a las 19hs. En todo el camino, no encontramos lugar alguno para comprar provisiones. De todas maneras, teníamos las nuestras y no sería problema. Quizá para comprar complementos, como pan para acompañar el mate o galletitas.

En Villavicencio, no hay camping. Acampamos al costado de un negocio (muy caro por cierto) con permiso de los guarda parques, quienes se acercaron a tomarnos los datos una vez instalados.

Segundo día: sábado 14 de enero. Villavicencio – Uspallata “La velocidad”

Despertamos temprano. Armamos las cosas y salimos a visitar el Hotel Termas de Villavicencio, que es el mismo que está en la etiqueta de la botella de agua Villavicencio (ref. 1642 – 1656).

Comenzamos a pedalear a las 10 hs aproximadamente. Nos esperaba una jornada de duros ascensos y muchas curvas de camino de buen ripio. El paisaje se iba abriendo. Durante el camino, nos cruzamos con varias combis y ómnibus grandes con turistas. Hubo tramos que avanzábamos 1 km cada 10 minutos y parando en esos tramos, donde consumíamos mucho líquido (agua). Las curvas son, muchas de ellas, muy cerradas, haciendo un tanto peligroso los cruces con los ómnibus. El camino  angosto en muchos tramos también. A medida que ascendemos, vamos viendo lo que nos falta, “¡A la altura que tenemos que llegar!” Nos decíamos “hasta allá arriba tenemos que llegar” y vemos lo que hicimos a la voz de “mirá, desde allá abajo venimos”. Se ve el camino para ambos lados como una viborita que copia la forma de los cerros: del lado derecho la pared del cerro, del otro, el precipicio. La gente que nos cruzaba, que viajaba en auto, en moto o en ómnibus, nos saluda, y eso nos hace sentir bien. El esfuerzo es grande, pero la compensación que nos brinda el paisaje nos hace olvidar de ello y seguimos camino. No pedaleamos con mayor esfuerzo, aun teniendo fuerzas para hacerlo. Viajamos disfrutando y admirando. La satisfacción de hacer lo que estábamos haciendo llega a un extremo cuando una combi nos pasa y la gente comienza a aplaudirnos. Fue impresionante y nos contentó mucho.

El sol pegaba fuerte aun estando nuboso. El viento aun dormía y no se había enterado que estábamos en su territorio. La temperatura de la noche anterior había sido de unos 10ºC-12ºC y durante el día llegó a 30ºC- 32ºC.

Hace mucho que pedaleo con Luis, así que él conoce mi ritmo y yo el de él, por lo que en momentos se notaban las diferencias. Solo son organismos distintos. Las subidas las hacía más rápido yo, y en los descensos él se animaba a más. Nos distanciábamos mucho por momentos, pero cuando nos perdíamos de vista, esperábamos (la vista era mirar para arriba o para abajo, y no al horizonte como acostumbramos acá). El resto, siempre juntos. En un momento, Luis me dice (durante un ascenso largo pero parejo) “¡Vamos camino al cielo acá loco!”

A unos 6 kms pasamos por un lugar llamado Los Surtidores. No había ni un surtidor, solo un par de árboles y un apartado para detención de vehículos, y un cartel que decía Uspallata 43 kms.

En un momento en el que me detuve a descansar y a esperar a Luis, en un mirador, había una combi con turistas que no me ofrecieron mate (lo miré con muchas ganas…) y luego llegó un auto. Bajaron un muchacho y una chica que venían del lado de Uspallata. Al rato llega Luis y se dirige a ellos al grito de “¡Agua!” y casi corriendo, la chica nos trae una botella diciéndonos que nos admiraba por el viaje que estábamos haciendo. Hay tramos en los que escasea un poco el agua y, por el calor que hacía, nos obligaba a beber permanentemente, aunque ya reposados y con sombra de alguna nube y una brisa, hacía que me pusiera un buzo momentáneamente.

Continuando camino, a unos 40 minutos, llegamos a una “vieja casilla de telégrafo” del año 1934 para comunicaciones con Chile, a 2280 msnm (refs.1657- 1702)

A medida que avanzamos, vamos viendo el camino y exclamamos “¡Mirá todo lo que hicimos!”. El paisaje es espectacular. Los cerros no se ven tan altos como cuando nos íbamos aproximando a ellos y los veíamos desde abajo, ahora los vemos casi a su misma altura. El camino hecho, siempre como una víbora se ve como escalones en las curvas. Al frente, los picos de los cerros más altos “pinchan” a las nubes.

A las 13:30 hs decidimos detenernos a comer algo: palitos salados, pasas, nueces, almendras y pan con miel (mi oro). Luego de esta “desparramada”, continuamos (refs.1703 y 1704).

El paisaje continúa sorprendiéndonos. La temperatura agradable y el viento dormido, hace que nuestro trabajo sea más tranquilo y que podamos disfrutar a pleno todos los rincones de los cerros.

En un momento, se detiene, luego de una curva, un auto del que baja una chica con una sonrisa tan grande como la cámara fotográfica que colgaba de su cuello y que sostenía con una mano. Sin detenerme, nos saludamos y lo mismo con el muchacho y me doy cuenta que son extranjeros. Pocos minutos más adelante, un motociclista también equipado, nos cruza despacio y nos desea “¡Suerte!”. Ambos sucesos, nos motivan mucho. Los vehículos que pasan trepan despacio, a ellos también les cuesta el ascenso, se siente el esfuerzo de los motores.

Llegamos a “El Balcón”, un  punto de vista panorámico natural. Lo habíamos confundido con Paramillos, lugar a donde deseábamos llegar, pues es un punto de inflexión con descenso hasta Uspallata, pero no era. Nuestra desilusión fue marcada, asi que nuestro camino hasta Paramillos lo hicimos cabeza agacha como si no nos dieran lo que queríamos cuando éramos niños.

Solo unos pocos kilómetros más adelante, tramo que lo confundimos con aburrido por la desilusión, estaba el ansiado Cruz de Paramillos a 3000 msnm. Descansamos, nos abrigamos y cambiamos las cubiertas, ya que nos esperaban 30 kms de descenso en ripio, y continuamos (refs. 1705 – 1718).

El descenso llega hasta Uspallata. El primer tramo es un tanto peligroso, pues el descenso es marcado y el camino con ripio arenoso, sobre todo en las curvas, las cuales las encarábamos a unos 40 kms/h. Tan peligroso era el camino que, sin tener las precauciones, sin conocer, comencé el descenso y la bicicleta tomó gran velocidad en pocos metros, lo que me hizo perder rápidamente el control de ella y sola se fue a seguir un camino marcado por una huella de arena. Me era imposible detenerla, parecía un gato corriendo un ratón y cada vez levantaba mayor velocidad. Hasta que me puse a mirar cuál sería el sitio donde aterrizar para tener menos quebraduras. Con mucha fuerza, intenté sacar la rueda delantera de ese surco y esperando: que la rueda trasera, soportando todo el peso de la carga, hiciera lo mismo o caer desparramado al piso. Suerte que sucedió lo primero. Mientras me reponía el susto y continuando con mayor precaución, miraba a Luis que andaba en su bicicleta como si fuera en una moto, levantando polvareda y también veía como la carga hacía bailar y saltar la rueda trasera, me preguntaba cómo hace para andar así. En los tramos buenos, la bicicleta tomaba gran velocidad, tanta que el marcador de Luis llegó a una escalofriante máxima velocidad de 67 kms/h. Yo no llegué a tanto, Luis iba lejos de mí, me daba cierto temor.

Hubo tramos con serruchos grandes y firmes, con piedras, donde Luis hizo pelota la cámara de la rueda trasera. El viento se dio cuenta que estábamos ingresando a Uspallata y, 10 kms antes de llegar y ya sobre asfalto, comenzó a soplar con fuertes ráfagas un poco de costado, lo que provocaba que perdiéramos el control de la bicicleta cuando andábamos rápido.

Antes de llegar a Uspallata, nos detiene un auto. Un hombre nos pregunta si el camino lo cerraban, ya eran las 18:30 hs. Sin saber la respuesta, le cobramos una botellita de agua…

Llegamos a Uspallata a las 19 hs con 61 kms de duro camino y temperaturas variantes. Nos alojamos en el camping Ranquil Luncay por $12 la carpa, a pocas cuadras del centro comercial y a metros del Río Uspallata.

Luego de desensillar, nos dimos una ducha espectacular, cenamos unos fideos con tuco (un poco picante), una cerveza y al sobre (refs.1721-1730).

El tramo Villavicencio – Uspallata es llamado “La ruta del año”, pues posee 365 curvas. En Uspallata nos encontramos nuevamente con el brasilero, que había llegado justo a la hora que nosotros, pero… ¿Por dónde? Claro, por el camino que nos habían indicado en Mendoza y el que ignoramos. Resulta que tomamos el camino más difícil. El brasilero tomó la ruta 7, nosotros el viejo camino, por la 52. De todas maneras, no nos lo lamentamos, creemos que fue mejor, el pasaje pagó todo. El brasilero se encontró con otro, y justamente eran amigos, así que se fueron para un hotel, supongo. La idea de ellos era también cruzar por el paso Los Libertadores, otra vez hablamos de hacerlo juntos, pero nuevamente se perdieron.

No hemos tenido tiempo de recorrer Uspallata, pues entre que preparamos el campamento, cocinamos y comimos, se hizo tarde y había que descansar, pero por lo poco que vimos, es un lindo lugar para visitar. Es el punto de unión entre las rutas 7 y 52, cerrando estas dos, un circuito turístico muy interesante.

Tercer día: domingo 15 de enero. Uspallata – Polvaredas “El viento y los camiones”

Despertamos a las 7:20 hs. Entre descampar, mandar e-mails, llamar por teléfono y comer algo, se hicieron las 13 hs.

Mucho calor. Este tramo de la ruta 7 es muy transitado. Sobre todo por camiones, colectivos de larga distancia y combis. Todo asfalto en buen estado, pero con banquinas no muy aptas para bicicletas, pues es de ripio muy “sucio”, con piedras y ripio suelto, por lo que teníamos que andar por la angosta cinta asfáltica y, cuando se aproximaba un camión, tirarnos a la banquina hasta que pase. En muchos tramos, hay una extensión a lo ancho de la cinta asfáltica para que los vehículos que ascienden más rápido, puedan sobrepasar a aquellos que lo hacen más lentamente y que circulan por esta extensión. Nos costó mucho adecuarnos al tránsito de camiones. Es como si no les importase atropellarnos. Por el espejito los veo aproximarse, pero solo eso, nada de retirarse, aun si no viene vehículo alguno de frente. Es entonces que pego el grito a Luis “¡¡CAMION!!” y nos tirábamos a la banquina.

Es muy importante para aquellos interesados en viajar por ruta, no utilizar espejitos “panorámicos”. Aunque son más pequeños, livianos y brindan una mayor amplitud visual, no dan la verdadera noción de la distancia en la que se encuentra el vehículo por detrás de nosotros. Recomiendo utilizar espejo chato común, que, aunque no provee visión amplia, da la verdadera distancia entre nosotros y el vehículo. Es solo un consejo.

A los 12 kms de haber salido, siempre acompañados por el Río Mendoza, vías abandonadas del ferrocarril e inmensos cerros colorados, nos abalanzamos desesperados al Aº Ranchillo a refrescarnos y a cuanto arroyo se nos cruzase en adelante. La temperatura era muy elevada.

Los kilómetros pasaban a ritmo medio y las dificultades iban apareciendo: los camiones no cedían, el viento hacía de cómplice de éstos y los ascensos eran pesados. Todo esto, nos quitaba la atención que le teníamos en la jornada anterior al paisaje. Ahora andábamos con mayor atención al pedaleo y a los peligros. Aparecieron los primeros túneles, cosa que me llenaba de mayor tensión (refs.1731-1771).

Llegamos a Polvaredas en una altura de 2400 msnm a las 17:30hs, con 44kms recorridos.

Al llegar, nos tiramos a descansar a la sombra, rodeados de lo que nos daríamos cuanta un poco más tarde: escrementosos regalos de los camioneros.

En Polvaredas no hay ningún tipo de servicios como baños o duchas. Solo hay una garita de Gendarmería en la ruta, dos kioscos, una escuelita y una estación de ferrocarril, por cierto, abandonada hace más de 20 años. La actividad comercial de este pueblo, que en su época de florecimiento ha llegado a los 2700 habitantes, ha corrido la suerte de la estación mencionada, quedando solo la cuarta parte de sus pobladores. Al fondo, se ven, lejos, dos ex-accesos mineros al interior del cerro.

Utilizando los conocimientos adquiridos en los cursos de mecánica dictados por el Lic. Enrique “el profe” exclusivamente para el Grupo La Loma, Luis cambió un rayo de la rueda trasera de su bicicleta, y luego de cenar, acampamos en un vagón de carga estacionado en un ramal que partía de esta localidad. Esta ha sido “la noche eléctrica de las estrellas y la luna casi llena” (refs.1772-1799).

Cuarto día: lunes 16 de enero. Polvaredas – Los Andes (Chile) “El cruce”

Despertamos muy temprano, a las 5:30 hs, con intenciones de aprovechar al máximo el día, pero la fresca de la madrugada nos invitaba al remoloneo, así que Luis calentó el agua y, hasta que se asomase un poco el sol, tomamos mate y planeamos la jornada dentro de la carpa. Con entusiasmo, nos levantamos a las 6:30hs y a las 7:40hs ya estábamos en la ruta (refs. 1801-1806).

Sin viento y un poco abrigados, pedaleamos 12 kms hasta Punta de Vacas, llegando a las 9 hs, donde desayunamos y hablamos por teléfono. En este lugar  hay locutorio, un inmenso playón para camiones, un restaurante y Gendarmería Nacional (refs. 1807-1825). Del lado de enfrente, unos metros más adelante, hemos tenido el placer de ver nuevamente al imponente Aconcagua (refs. 1826 y 1827)

Siempre en compañía del Río Mendoza y de los inmensos cerros rojizos, continuamos camino hacia Penitentes. En el corto tramo de 9 kms, al costado de la vía que nos seguía a la izquierda, vimos una pequeña y semidestruida casilla de chapas y maderas similar a un vagón de tren que nos llamó la atención. Era un refugio para viajeros construido por el gobierno español a iniciativa de Ambrosio O´higgins entre los años 1765 y 1770, actualmente declarado monumento nacional (refs.1829-1831).

Luego de cruzarnos con dos muchachos a caballo que llevaban mulas y caballos para carga de equipaje para andinistas, a las 11 hs llegamos a Los Penitentes, un gran complejo de esquí muy conocido por los aficionados, con aerosillas y todo (refs.1832-1844)

Sin detenernos más que a tomar unas fotografías, continuamos. Metros más adelante, un cartel que nos indica otro lugar histórico “Arroyo Santa María: En este paraje acampó, el día 31 de enero de 1817 a las 16 hs la División del Ejército Libertador al mando del Coronel Juan Gregorio de Las Heras”

No podemos hacer tramos largos, pues a cada rato nos detenemos a tomar fotografías, a beber agua, a leer algún cartel o a charlar con  gente, como con un italiano que andaba viajando a pie, que venía desde Puente del Inca y se dirigía hacia Los Penitentes, fue lo que le entendimos de un castellano muy tano, y también que había estado viajando, siempre a pie, por el Río Danubio, en Europa.

Quizás lo que más nos impactó de este tramo hasta llegar a cruce, fue el cementerio de andinistas, apartado a unos 80 metros de la ruta, poco antes de llegar a Puente del Inca. Luis se acercó a dejar unas flores. Yo miraba sorprendido las fechas de nacimiento-fallecimiento: 20 años promedio (refs.1845-1863)

Unos minutos más tarde, a las 11:30 hs arribamos a Puente del Inca: 2700msnm. Aquí decidimos comprar provisiones que se puedan pasar por el cruce, ya que teníamos entendido que Chile es más caro y también para tener un mejor control de los gastos. Es incontable la cantidad de turistas que llegan y salen de “combi-tour”, de todos los colores e idiomas. Hemos visto varios mochileros, también hay como en todo lugar turístico un gran paseo de venta de artesanías (aunque pocos puestos he visto verdaderamente auténticos). Los guarda parques trabajaban incesantemente (no nos dejaron andar en bicicleta por la senda peatonal…). Hay mercadito con buenos precios, nada excesivo, lugares para comer por todos lados, locutorios y baños en buen estado (a colaboración).

Almorzamos y partimos a las 14:40 hs rumbo a Las Cuevas, a 17 kms. Vale la pena admirar el puente un buen rato. Es bello por donde se lo mire, aunque no hemos podido acercarnos, estaba cerrado el acceso al puente por peligro de derrumbe, así que lo tuvimos que contemplar a la distancia (refs.1864-1888)

El tramo Puente del Inca – Las Cuevas, al comienzo posee buenos descensos, pero más adelante un gran e interminable ascenso de unos 4,5 kms. La hostilidad contínua de los camiones la podíamos disminuir gracias al buen estado de la ruta y a la existencia de una buena banquina. El viento ya calmo nos permitía tener pleno control sobre la bicicleta, en especial el tramo de ascenso. El viento, sobre todo el lateral, se ha presentado en los tramos anteriores a modo de ráfagas, lo que provocaba que perdiéramos de a poco cierta energía en corregir la dirección de la bicicleta.

Cada vez nos acercamos más a los cerros nevados. Otro cartel nos indica otro de tantos lugares históricos: “Paramillo de Cuevas: sitio empleado por el Ejército de los Andes perteneciente a la columna del Coronel Las Heras como último descanso para reponer sus fuerzas antes de emprender el ascenso a las altas cumbres, por los difíciles pasos de Iglesias y Bermejo a 3832 msnm. Por estos caminos los soldados realizaron la marcha militar nocturna a mayor altura que registra la historia universal. En este lugar pueden observarse las casuchas coloniales pertenecientes al camino colonial hacia Chile”. Casuchas que no vimos, seguramente había que adentrarse pero no quisimos desviarnos.

Antes de llegar a Las Cuevas, el túnel más largo que cruzamos en bicicleta: unos 250 o 300 metros de longitud, sin iluminación y con un fuerte viento. Aunque la temperatura era elevada, pudimos llegar a Las Cuevas sin mayores complicaciones que las mencionadas  a las 16 hs y a 3185 msnm (refs.1889-1917).

En la estación de peaje nos “anunciamos” y, llamado telefónico de por medio, una camioneta que llegó enseguida desde Chile nos cruzó por el Túnel Cristo Redentor, de 3200 metros de longitud, alcanzando la altura máxima de 3200 msnm en el centro del mismo, donde está el hito fronterizo, y donde, dentro de la camioneta, nos abrazamos con Luis a la vez que los carabineros chilenos que nos transportaban, nos daban la bienvenida a su país diciendo “bueno, estamos en suelo chileno” (refs.1918-1924)

Cruzado el túnel, descendimos de la camioneta y me inundó una rara desolación, mucho silencio. No salían ni ingresaban vehículos. La camioneta que nos dejó, estacionó a pocos metros del túnel y los carabineros ingresaron a la edificación luego de indicarnos que “los papeles” debíamos hacerlos, tanto de egreso de Argentina como de ingreso a Chile, unos 4 kms más adelante. Lo primero que vimos inmediatamente que salimos del túnel fue una bandera chilena. A la derecha de la boca de salida del túnel “mirando para Argentina”, un mástil con esa bandera y a su lado otro mástil pero sin bandera. En la base de estos, la inscripción “República de Chile. Ministerio de Obras Públicas. Dirección General de Obras Públicas. Dirección de Vialidad. Túnel Cristo Redentor”. Observando un vehículo que ingresaba a Chile, vemos como sale humo del túnel, como si fuera una chimenea, y luego, charlamos con esta gente, que lo único que hicieron fue experimentar el paso por el túnel y se volvieron de regreso a Chaco (refs.1925 y 1926)

Inmediatamente después de cruzar el túnel, el camino es todo en descenso. El paisaje parece cambiar mucho, los cerros parecen más grandes, más imponentes, creo que debe ser porque estamos más cerca de ellos. Se desciende mucho en poca distancia. Hacia abajo se ve el camino denominado “caracol”. Son tramos de unos 150 a 200 metros de ida y vuelta. A veces tramos largos pasando por túneles. La aceleración que toma la bicicleta luego de soltar los frenos es muy notable, y hace levantar gran velocidad en poco tiempo.

En la aduana, llenamos dos formularios y nuestras bicicletas han sido sometidas al olfato de dos pichichos, mientras que dos muchachos nos hacían desordenar las alforjas. Nos sacaron una bolsita con nueces, pasas y almendras y un tarrito de miel casi vacío. Preguntaban mucho, por ejemplo: ¿De dónde vienen y hacia dónde van? ¿Cuántos días piensan quedarse? Y ¿Qué comen? A esta última pregunta, le respondo que comemos fideos y arroz y que a veces compramos. Entonces ellos dicen “¿A ver?” entonces les muestro la comida que llevábamos, a lo que preguntan “¿Eso nada más? ¿Y piensan comer eso solo?” bueno, debe ser que preguntan así para que salte “bueno, en la otra alforja llevo el lechón, frutas, verduras y el helado” pero no teníamos lugar para esas cosas. Por su parte, Luis, se preocupó por sacar, viendo la insistencia en revisar todo, una bolsita pequeña con un contenido blanco, muy blanco, y en polvo diciendo “¡¡Esto es maicena eh!!”

Finalizado el interrogatorio y las revisaciones, y acomodadas las alforjas, continuamos. Hemos atravesado unos tres puestos de control. Los vehículos, directamente apagaban los motores por la demora.  En un cuarto puesto, consultamos por el camino y una mujer, chilena, nos pregunta si pensábamos descender con esas ruedas, las lisas, y es que nos bien aconsejó cambiarlas por las ruedas con dibujo. ¡Menos mal que lo hicimos!

El descenso es muy peligroso. El viento soplaba a ráfagas y nos tiraba hacia el precipicio a veces y hacia el centro de la ruta otras. La velocidad mínima era de 40 kms/h. Los frenos casi siempre presionados. La llanta al rojo vivo. Los camiones descendían muy lentamente, a 25 kms/h más o menos, por lo que teníamos que sobrepasarlos, lo que se presentaba dificultoso, pues la mayoría eran con acoplado y, cuando emprendíamos el sobrepaso, se venía la curva. La mayoría de las curvas eran de 180º. A veces los sobrepasas eran doblemente peligrosos, porque adelante del camión, había otro camión y con espacio suficiente entre ellos como para hacer un buen santuchito. Durante los ascensos largos que nos había tocado pedalear, algunos camiones nos pasaban lentamente, haciendo notar el peso que llevaban, y yo me decía por dentro “¡¡Que no se corte acople!!” y ahora digo “¡¡Que no se quede sin frenos!!”. El camino, si bien era asfaltado, presentaba dos peligros más: uno, era que parecía encerado por el combustible de los camiones, haciéndolo poco confiable al agarre de las ruedas, y el otro era que, sobre las curvas, a veces estaba muy roto y no llegábamos a frenar bien. En la parte exterior de las curvas y a veces en el interior, había “piedritas” y arenilla, así que también teníamos que tener esa precaución.

Para mí, este fue el tramo más peligroso de la travesía. Demás está decir que, para poder mirar un poco el paisaje, debíamos detenernos a un costado del camino.

El resto del camino es más llano, con ondulaciones leves pero cada tanto alguna mayor en subida o en bajada, y la cinta asfáltica en buen estado, sobre la ladera de la montaña de un lado y sobre un caudaloso río del otro. Las casitas que se ven cerca de la ruta son la mayoría pequeñas y construidas en madera, como si fueran prefabricadas, con el frente, algunas más otras menos pero todas, lleno de flores de todos colores.

Le metimos pata y llegamos a Los Andes a las 21 hs, con poca luz y unos 65 kms desde la frontera y 110 kms totales de jornada (refs.1927-1960)

Comenzamos a dar vueltas para encontrar un lugar donde podamos descansar bien y cómodos. Demoramos una hora y pico en encontrar un residencial a $3950 c/u, unos $25 argentinos (en hotel nos querían cobrar $12000, $75 argentinos). Este residencial estaba en una casona en planta alta, muy vieja, según el hombre que nos atendió, tendría 100 años.

Quinto día: martes 17 de enero. Los Andes – La Calera “…aburrido”

Dormimos muy cómodamente, pero pese a eso y a acostarnos tarde, como a las 0hs, despertamos a las 6:30 hs. Entre mates arreglamos las alforjas y salimos a llamar por teléfono, a escribir, a descargar las fotos de la cámara y a almorzar.

A las 13 hs estábamos ya pedaleando hacia a La Calera. Once kilómetros adelante, en San Felipe una iglesia nos llamó la atención por su fachada de madera. Cerca de las  16 hs, arribamos a Llay Llay, donde paramos a merendar en un parador (un litro de chocolatada me bajé).

El viento ya venía molestando desde que salimos. El camino con leves ondulaciones y curvas. Atravesamos un pueblito donde las casas, muchas de ellas de adobe,  chorreando barro por las paredes sobre la ruta, todas juntas una al lado de la otra, hacían como si estuviéramos andando por un gran pasillo. Otros tramos la arboleda hacía lo mismo.

Sin ver mucho más que esto, el camino siempre algo monótono, sobre todo los últimos 40 kms de Panamericana, con un túnel de 200 metros, y sin más para contar, llegamos a La Calera 18:30 hs un poco cansados y con 71 kms pedaleados. Es muy importante valerse de buenos mapas, pues la ruta está bien señalizada, pero no dice cuántos kilómetros faltan para la localidad señalada.

La Calera es “La ciudad más cariñosa de la V región” pero sin servicios para acampantes, por lo te tuvimos que dirigirnos hacia la municipalidad a preguntar dónde podíamos acampar. Si no nos daban lugar, debíamos continuar camino. Nos dieron lugar en el Parque Municipal, pero la zona se prestaba a la desconfianza. Al llegar al parque, consultamos con el guardia de turno, quien nos aconsejó acampar cerca de la garita de seguridad, pues “por el fondo” se metían personas y no era seguro. Dado esto, decidimos acampar, comer temprano y no salir del parque que, por cierto, es muy lindo, con un lago en el centro con un caminito que lo bordea y muchos árboles y verde para disfrutar.

Durante todo el viaje, Luis recibió saludos y ánimos de amigos por el celular. En esta oportunidad, mientras Luis estaba haciendo las compras, llamó al celular Víctor, amigo de Luis y compañero de viaje cuando fueron al Norte, así que tuve oportunidad de charlar con él y me dio algunos consejos de cómo tratar con Luis… al rato llegó y le pasé el teléfono. Colgó deseándonos buen viaje (refs.1961-2014)

Sexto día: miércoles 18 de enero. La Calera – Valparaíso “¡Llegamos al Pacífico…! Y nos fuimos enseguida”

Como siempre, a las 6 hs despertamos y entre mates levantamos campamento para estar pedaleando a las 8:40 hs y llegando en tres horas de Panamericana a Concón, donde tuvimos nuestro primer avistaje del Pacífico. El día estaba nublado y un tanto fresco. Por momentos parecía que se largaría una llovizna. Se siente olor a pescado ya desde un kilómetro antes.

Concón es muy lindo, y más tranquilo que las playas que veríamos más adelante, aunque en la suya no está permitido bañarse. Sobre la costanera, está lleno de puestos de venta de todo tipo de pescados y mariscos.

Fuimos al mar en el primer hueco que encontramos. El agua estaba un poco fría, pero su temperatura no era diferente a la del Mar Argentino. El Mar Chileno es muy calmo, se confunde con un inmenso lago. Posee pequeñas olas que nacen a pocos metros de la costa. En la playa siempre con grandes rocas, los pequeños cerros, los que no dejamos de ver nunca desde que dejamos la frontera, caen hacia el mar y, donde el mar aun no se la llevó, la playa es muy corta, de unos 60 metros la más grande que vi, y se ve que el mar no debe ser muy confiable, pues la gente no se le animaba, a no ser que sean todos tímidos, de todos modos se ve que la playa es profunda a poca distancia. Ya en la costanera, nuestras bicicletas rezongaban de la arena en la cadena y nosotros en las zapatillas. Recorrimos desde Concón hasta Valparaíso, pasando por Viña del Mar.

Durante el paseo por la costanera, vimos mucha gente haciendo gimnasia, varios de ellos ciclismo, creo que todos con casco. Un ciclista, nos acompañó un tramo, charlando con Luis, le contaba que quería hacer un grupo de cicloturismo pero no conseguía gente. Nos deseo buena suerte y felicitaciones por el logro. Luis le dejó el correo del grupo y un calco. No le cobramos nada.

El destino final y al unísono: la estación de colectivos en Valparaíso para escapar lo antes posible de tanto ruido.

A medida que abandonamos Concón y recorremos Viña, se va llenando de gente, y cada vez más y más, con sus autos último modelo y toda la paquetería. La costanera está llena de hoteles y casas en alquiler, todas pegadas a los bajos cerros, haciendo la vez de manto o alfombra. No quedan huecos. Todo está comercialmente muy bien cuidado. Al principio, algunas casas abandonadas y hoteles también (mayormente en Concón), pero más adelante, lujosos y muy fuera de nuestro alcance (o al menos del mío). El lugar debe ser lindo, pero para la gente que le gusta. De todas maneras, fue impactante tanto para Luis como para mí, que le iba rogando de atrás “¡quiero ir a mi casaaaaa!”.  También parece como si el sol estuviera programado, porque a medida que avanzábamos y todo lo comercial también, el sol salía, las nubes se iban y ahora: hay playas, el mar es color verde claro, verde fuerte o azulado por momentos y totalmente transparente cerca de las rocas ¡Hasta me pareció haber visto dos minas lindas! ¡Y no eran argentinas…!creo, que no lo eran. Las gaviotas revoloteando y en cantidades por los puestos de preparación de pescados,  los pelícanos hacían lo propio pero más discretamente. En un lugar, vemos como muy remolonamente descansan, en una roca grande, unos lobos marinos, por supuesto, desde un mirador que no se cómo nos dejaron ingresar sin cobrarnos el avistaje. Lo que más me gustó, fue ver y oír cómo las olas chocaban haciendo a veces mucho ruido con las rocas (refs.2015-2065)

En Valparaíso, ya con autopistas, tren eléctrico, grandes edificios y todo, encontramos un puesto de carabineros chilenos, a quienes aprovechamos para consultarles por el estado del cruce Pehuenche. Sin más positiva respuesta que un número telefónico, nos dirigimos a la estación de colectivos a sacar pasaje para Los Angeles, ya que al llamar al número que nos dieron nos anoticiamos que el cruce continuaba cerrado (por el Vergara no preguntamos porque sabíamos que lo estaba hasta abril) y quedaban los planes B (Pichachen), C (Pino Hachado)  hasta el Z (Ushuaia).

El colectivo, de esos frontales que acá en Argentina ya no solo no se usan más si no que ni siquiera se ven, programado para las 21 hs partió a las 21:40 hs. Viajamos recomodos, con el asiento a 90° en la espalda las rodillas de nuestro vecino y ni hablar lo que charlaban los de atrás, pero por suerte fueron nada mas que 534 km.

Séptimo día: jueves 19 de enero. Los Angeles – Chatay “El comienzo del regreso”

Arribamos a Los Angeles a las 6 hs y aprovechamos para salir temprano, ya que el armado de las bicis no nos demoró mucho. El día se mostraba fresco y nublado, amenazaba con llover. Al salir de la estación, un gendarme chileno que esperaba el colectivo nos dijo muy convencido que el paso Pichachen estaba cerrado, pero decidimos confirmar la mala noticia, así que nos dirigimos al puesto de Gendarmería que estaba cerca. Luis entró cabeza agacha y salió saltando en una pata con una sonrisa de oreja a oreja que me contagió. Así que de inmediato y llenos de ánimo, partimos rumbo al cruce Pichachen. Lo anímico y la motivación es casi tan importante como el estado físico, yo diría que casi un 50%.

El camino hasta Antuco, nuevamente se convertía en monótono. Una recta larga, muy larga atravesaba barrios que no decían nada. Más adelante, campo. Y llegando a Antuco, sobre un asfalto muy rugoso, el paisaje cambia a campos llenos de montes de coníferas. Los alrededores húmedos evidenciaban el paso de una lluvia, quizá de la madrugada. La tierra era arenosa y de color oscuro, gris y hasta negra, lo que más adelante confirmaríamos que se trataba de arena volcánica.

Promediando la mañana, en camino, nuestros estómagos comenzaban a hacer trámites para que dejáramos de pedalear y nos dispusiéramos a comer algo, pero queríamos llegar a Antuco. En un momento de laaargo camino, me detengo en un ranchito a preguntar cuánto faltaba, y la señora, de esas señoras delgadas, de edad, con la cara re arrugada me dice “nooooo todavía faaalta”, y yo creía que estábamos cerca…Y así llegamos, muertos de hambre a Antuco, luego de un largo y pesado camino de más o menos 70 kms, a las 12:45hs.

En Antuco fuimos directamente a un restaurante que, quién sabe por qué no tenía comida, tampoco sabemos por qué estaba abierto. De allí, fuimos a una hostería con comedor que tampoco tenía nada, solo café. Por último, al ingreso al pueblo, yo había visto un restaurante pero lo prejuzgue de caro, por su apariencia, así que sin otra opción, fuimos.

El muchacho nos atendió muy bien. De entrada, una ensalada que, al pinchar el primer tomate, ya estaba a mi lado nuevamente viéndome con la boca abierta y con el tenedor a medio camino, con el plato de tallarines esperando colocarlo en la mesa. Había lugar en la mesa para dejarlo, pero viendo que no lo hacía, opté por apartar el plato con la ensalada antes de que se lo lleve. Lo siguiente fue pensar cuál de los dos comer primero, así que le entré a los tallarines para que no se enfríen. Un tremendo plato de tallarines caseros que desbordaba. A medio terminar veo que se aproxima el muchacho nuevamente y me aferro casi gruñendo al plato. Preguntó si “la mesa está completa” y si necesitábamos algo, nos dice que en el menú teníamos incluido el postre. Ya terminando mi platazo de tallarines, lo aparto para continuar con la ensalada. El apartamiento del plato se siguió con su desaparición casi instantáneamente, pues el mozo ya estaba a mi lado nuevamente para retirarlo y para preguntar si deseábamos un café o un té luego del postre que aún no había llegado. Luis no deseaba terminar la ensalada, así que la apartó, acto que motivó el inmediato accionar del mozo reemplazando el mismo, por el postre: una porción de torta rrrrepesada, compactada con nueces y almendras picadas. Ya terminada la torta, me levanto al baño y de regreso, no podía esperar otra cosa que el café ya en la mesa. Digo café, pero era la taza con agua caliente y un pote de café instantáneo para que me lo prepare yo mismo. No pasaron 5 minutos que, a media taza, ya estaba el mozo ya no con algún plato en la mano, si no con la cuenta, y sin darnos lugar a que meditásemos el importe desembolsamos unos $7000 ($43 arg) y sin sobremesa, nos retiramos a hacer la pachorra a la plaza. Al salir del lugar escuchamos chruck! Chak! Shhhik!: CERRO! (refs.2069-2095)

A las 14 hs agarramos nuestras bicis para continuar camino. El pueblo es muy pintoresco. Una plaza muy bien cuidada llena de flores, con muchos árboles y con un barco a un costado sin placa que justifique su existencia, ah!, y una calco que Luis dejó de recuerdo. Las casitas, siempre de madera, modestas y de colores llamativos la mayoría (refs.2096-2101)

Ya fuera de Antuco, se ve la ruta que se pierde en un punto y sobre este, los inmensos cerros verdes semitapados por grandes nubes, impidiéndonos ver la punta del volcán Antuco. Pocos kilómetros más adelante el asfalto desaparece y comienza un camino de ripio suelto y pedroso, con grandes ascensos.

Ya inmersos en los cerros, los paisajes comienzan a ser espectaculares, muy verdes, llenos de bosques y los cerros más grandes nevados. También podemos apreciar el impresionante volcán Antuco. Como condimento especial y característico de los paisajes del sur, comenzaron a aparecer arroyitos y cascadas.

El estado del ripio, muy suelto, ya de arena volcánica, hacía más difícil los ascensos. En relación 1-1, muchas veces desperdiciábamos energías al hacer resbalar la rueda, teníamos que hacer mucha fuerza.

A las 16:40 hs ingresamos al Parque Nacional Laguna del Laja y a las 17:50 hs, llegamos a Chatay, con algo de fresco y con 100 kms recorridos. Bastante cansados, abrimos campamento al costado de la ruta, sobre un arroyito de agua helada, rodeados de cerros inmensos, mucha vegetación y muy fresco. Al asentarnos, Luis se fue a meditar al arroyito, yo me tiré por ahí, la jornada había sido dura y estábamos cansados (refs.2102-2151)

Octavo día: viernes 20 de enero. Chatay – Los Barros “El tramo más difícil”

Amanecimos a las 7 hs, luego de la noche más fría de la travesía. Aun hacía frío y no daban ganas de salir, así que Luis salió a calentar agua y mientras subía un poco la temperatura, tomamos mate en la carpa. Partimos a las 10:30 hs. Una mañana muy despejada dejaba ver claramente al volcán y las consecuencias de sus erupciones.

La primera información sobre erupciones volcánicas desde la era post hispánica corresponde a la crónica del Volcán Antuco, llamado volcán Angol por el sacerdote historiador jesuita Diego Rosales (“Historia General del Reino de Chile”), cuya erupción ocurrió en 1624, alertando a la población con sus emanaciones de humo y lava, así como por los temblores que lo acompañaron durante los ocho días que duró el fenómeno. El volcán ha registrado movimientos en los años 1752, 1820 y 1972.

La forma más clara de describirlo es: todo quemado, todo negro, todos los cerros estaban rapados, solo estaban bañados de piedras volcánicas y, en algunos sectores, se asoma algo de vegetación.

El camino, cada vez más suelto y empinado. Las bajadas no parecían serlo, pues las ruedas se enterraban en el suelo haciendo muy dificultoso el avance.

A unos tres kilómetros de donde acampamos, nos encontramos con la Laguna del Laja, que la bordearíamos durante unos 3 o 4 kilómetros. Muy calma, con agua color verde o azulada, con un cerro enfrente que se sumerge en ella, sin rastros de actividad comercial (seguramente por estar dentro del Parque Nacional). Aquí paramos a almorzar a las 12:40 hs.

El día anterior, habíamos llegado al restaurante de Antuco ya con hambre, comida que creo que solo repuso energías pero que no alcanzó para acumular. Este paso no lo teníamos estudiado, así que no sabíamos qué nos depararía. Para el desayuno de este día, solo tuvimos mate, así que para las 12 hs. mi estómago comenzaba a relinchar.

Continuando viaje, apareció el primer vado. No podía ser menos que grande y algo caudaloso, así que, buscando lugar por donde pasar, Luis me dice “no hay opción, vamos a tener que mojarnos”, así que descalzados, cruzamos. Es entendible solo por los que sufren el frió el dolor que sentía en los pies, aunque el frío no me molesta, esta vez, la temperatura del agua perforó mis pies hasta hacerme doler, no solo sentir frío. Tanto es el frío que sentí, que me quedé un rato a la orilla hasta que se me calienten un poco.

Ya circulando la sangre con normalidad por mis piecitos, continuamos. Los otros vados eran menores así que los podíamos cruzar andando o pisando las piedras que se asomaban del agua.

Un poco más adelante, nos contentamos al ver el puesto de Gendarmería chilena, donde golpeamos las manos, pues no parecía haber nadie y, como no respondían, entramos. Al grito de “hola”, aparece un muchacho, al que le preguntamos por el trámite para cruzar, a lo que nos indica que la oficina se encontraba más adelante. Este lugar es un ambiente grande, con un piso arriba de donde “cayeron” otros muchachos a través de un caño tipo bombero. En la pared, un retrato de Pinochet colgado nos sorprendió un poco. Contando un poco de dónde veníamos y hacia dónde íbamos, nos retiramos luego de que Luis les mangueara unos pancitos que fueron cuatro.

Pensando poder cruzar en esta jornada, yo me había puesto la camiseta de Argentina, la que no había utilizado en toda nuestra estadía en Chile, así que, al vernos llegar al puesto, un chileno administrativo, grita en tono bromista “acá somos todos chilenos”, a lo que no hago comentario. Luego, firmados los papeles, consultamos por el estado de los caminos y si habría vados mayores, a lo que este personaje, siempre en tono bromista, nos dice o nos da a entender, que el camino continuaba “llano” y sin grandes vados, solo uno, pero con el agua poco más arriba de las rodillas, pero en fin, salimos un poco entusiasmados por la cercanía del cruce y por lo que tomamos como buena noticia lo del buen estado del camino. En resumen, no hemos podido hacer más que dos kilómetros desde la aduana, ya que el camino era intransitable, cuestión que me hizo maldecir a ese chileno.

Sin fuerzas para continuar, nos apartamos de la ruta para acampar a las 17:30 hs con solo 33 Km. recorridos y mucho cansancio (refs.2150-2208)

Mientras estábamos acomodándonos, se aproxima un muchacho en caballo, un lugareño, que nos pregunta si habíamos visto a una oveja, y Luis le dice que no, que si no tenía pan para vendernos, sin éxito. Con cada persona que nos cruzamos, y fueron pocos, le pedíamos un pedazo de pan, pero tuvimos que conformarnos con los que nos dieron los muchachos del puesto de carabineros.

Noveno día: sábado 21 de enero. Los Barros – El Cholar (Argentina) “ARGENTINA”

Despertamos a las 8 hs. Aun perduraba el cansancio y las faltas de fuerzas de la jornada anterior. A las 10:30 hs ya estábamos pedaleando. Cruzamos unos vados pequeños y el camino se hacía cada vez más arenoso, ya no era negro, pero siempre arenoso. Con pocos kilómetros, siempre en subida, nos encontramos la subida más difícil, tanto, que tuvimos que hacerla caminando. La bicicleta era imposible hacerla avanzar, era difícil desenterrar las ruedas de la arena y, si lo lográbamos, la fuerza hacía que la bicicleta se pusiera de costado y perdiésemos mayor energía en corregirla, es por ello que decidimos no solo ascender acarreando la bicicleta, si no que nos organizamos para el resto del ascenso, que no disminuía en dificultad: “si no puedes contra el enemigo, únete a él” así que nos tiramos al piso y formamos parte de él. Antes de encararla decidimos, como parte de esta “improvisada organización”  apartamos a comer unos fideos a las 11:40 hs., luego de subir el camino a pie y comprobar que el camino seguía subiendo después de la curva que se veía desde abajo (ref. 2214). A la comida ya no sabía que ponerle para que nos satisfaga, esta vez le puse: un paquete de arroz que rinde para dos a tres personas, un puñado de fideos y medio sobre de sopa. Pero no bastó.

Encaramos la subida como dije y el resto de la organización consistió en hacer pequeños tramos de ascenso, de unos 10-15-20 metros, no más. De esta forma recorrimos los últimos 5 kms.

Mientras comíamos, nos animamos mucho “mintiéndonos” con que a lo lejos, esos puntos negros que se veían, era el hito fronterizo. Tratábamos de confirmarlo con el monóculo, pero era indistinguible, podría ser un palo cualquiera. Al rato nos cruzan en nuestro mismo sentido, dos vehículos, que lo vamos siguiendo con la vista y viendo como copian la forma del cerro. Vemos que en un momento se pierden, y luego aparecen. Los vamos siguiendo con el monóculo hasta que se ven ya muy pequeños con este mismo. Pero vemos claramente que se detienen en ese lugar… no hacemos otro comentario.

Encaramos entonces la subida con la bici al costado, que parecía más cargada que nunca, hasta la mentirosa cima, porque, como ya sabíamos, luego de la cima, el camino continuaba subiendo. Nos subimos a la bicicleta y comenzamos a pedalear. Primero “hasta la piedra aquella”, luego, “hasta aquella otra ¿a ver si podemos?” y así continuamos todo el camino. Las miles y millonada de cosas que pasaban por dentro de cada uno no se pueden transcribir porque harían interminable este relato. Ya hacía unos kilómetros veníamos viendo huellas de bicicletas, así que, si alguien ya pudo hacerlo antes “¿Cómo no vamos a poder nosotros?”, era parte del autoaliento que corría, al menos, por mi mente. Es muy importante mantener la calma, de no decir cosas que son obvias, como por ejemplo, comentarios tales como “esta subida está empinadísima” o “qué calor hace” o “estos mosquitos de m.. no me dejan pedalear”. No es bueno ser pesimista ni demasiado optimista, porque se está en una situación, diría yo, psicológicamente muy delicada. Así que la mejor opción es pedalear, y de tanto en tanto, algún comentario referido al paisaje o el siempre “¡vamos bien!”.

A tales situaciones, donde uno se pregunta “¿Qué carajo hago acá?”, se le llama “la pared”. Son momentos cruciales en una travesía o competencia, lo psicológico es fundamental.

La ansiedad comienza a darnos fuerzas, pero el horror de equivocarnos nos sigue con su capucha. Ya a pocos metros, y aun sin poder pedalear sostenidamente más que 15 metros sin tener que detenernos, veo lo más esperado y grito “¡Es!”. Efectivamente, estábamos en la frontera, aun arriba, el codiciado hito lo veíamos como un lingote de oro, como un arroyo en el desierto. Era increíble, pero a escasos metros, no podíamos llegar a él de un tirón, tuvimos que hacer un par de paradas más para llegar a él. Con  gran alegría y tremenda emoción, nos abrazamos con Luis. Habiendo podido superar tantas dificultades, la satisfacción era mayor que cuando ingresamos a Chile, pues estábamos regresando a Argentina. Este tramo último nos ha castigado mucho, y la recompensa ha sido mucho mayor. Lo que se siente no se puede trasmitir con palabras ni con fotos, solamente aquel que vivió momentos como este lo puede entender, y realmente vale la pena.

Luego de sacar fotos, de mirar para atrás, le digo a Luis “yo me voy para la nieve” Durante todo el camino hemos estado rodeados de cerros nevados y en esta oportunidad, tenía uno cerca, así que me apresté a escalarlo y llegué a la nieve. Era un pequeño bloque de hielo, y en una parte había hielo más suelto, así que hice una bola y la bajé para enseñársela a Luis, que se la quiso comer. Llegamos al hito a las 16 hs (refs.2209-2236)

El resto del camino hasta la Gendarmería argentina sería en bajada, pero no mucho mejor que el que veníamos haciendo, pues el camino era siempre arenoso

Un par de kilómetros antes de llegar Moncol, donde está la Gendarmería, y ya casi totalmente agotados, me detengo. Luis, sin éxito, ya había parado en una casucha a pedir algo de pan. En esta oportunidad, no era en busca de pan por lo que me detuve. Al alcanzarme Luis, le pregunto “¿Estás pensando lo mismo que yo?” mirando la camioneta a un costado de en una estancia. Sin pensarlo, Luis se acercó a un hombre mayor que estaba con un caballo y éste le dijo que la camioneta no era de él, que un muchacho junto con su padre había ido a Gendarmería a ver si los podían llevar hasta el pueblo. Ah! Tampoco tenía pan.

Así que le metimos pata a ver si lo alcanzábamos para que nos llevasen a nosotros también. A pocos metros, vemos que el muchacho se volvía, diciéndonos que su padre había ido a preguntar. Continuamos y nos topamos con el padre que andaba a caballo, quien nos dice que estamos cerca y que efectivamente lo llevarían a las 20:30 hs al pueblo. Más aliviados, continuamos pedaleando hasta el “Grupo Moncol, Po. Internacional Pichachen” el puesto de Gendarmería, llegando a las 18:20 hs y dando por terminada la travesía en bicicleta.

Los gendarmes nos trataron muy amablemente, nos ofrecieron mate primero y pan casero con mermelada que, si no le hago señas, Luis se lo termina todo Y VOS NO TE HUBIESES COMIDO TODO GUACHOOOOOO!!!!! (à comentario de Luis)(refs. 2237-2252)

Entre mates, el Alfer a cargo Walter Benítez nos cuenta cómo es la actividad de los gendarmes. El paso se cierra en abril, y se quedan una semana más, hasta que bajan los últimos lugareños, y es reabierto en noviembre. El lugar es abandonado hasta unos días antes de la apertura del paso, pues las nevadas suelen cubrir más de la mitad de la posada y por completo las casas de los lugareños que viven más arriba.

El Cabo 1º Sebastián Riquelme, fue quién nos atendió cuando llegamos y con quien hicimos el trámite de ingreso. Mientras atendía, cada tanto a algún ingresante o egresante, nos comenta sobre la actividad diaria. Nos dice que hacen cosas para que pase el tiempo, ya que es un paso netamente turístico y para vehículos de doble tracción, por los vados. Si alguien desea de todos modos ingresar, se genera un acta en la que consta tal voluntad y se la hace firmar. También cuenta que trabaja cuidando el parque y manteniendo el puesto. En cuanto a las comodidades, las tienen todas, hasta televisión por cable. Les pregunté por algo que nos había ocurrido en el cruce anterior: ¿Qué sucede con los alimentos incautados? Si eran entregados en donación o algo por el estilo. Nos cuentan que los alimentos incautados son incinerados frente a la persona a la que se los incautaron y junto a dos testigos, previa formulación del acta correspondiente. Cosa que los chilenos no hicieron y que dieron por sabido que no lo hacían pero que era lo que debían hacer. Los electrodomésticos, son almacenados en galpones de la aduana y los vehículos que son demorados por contrabando de droga, son almacenados también en galpones y permanecen durante cinco años hasta que son rematados.

El trabajo de la Gendarmería, es también el de hacer la vez de policía para con los lugareños a los cuales les roban el ganado, mayormente, los chilenos, quienes si llegan a cruzar la frontera, ya no pueden reclamar más que con un aviso a los carabineros chilenos pero ya sin suerte. En muchas oportunidades, pueden alcanzarlos, pero depende del tiempo que pase desde que el ganado es robado hasta que la Gendarmería es avisada.

Llegada la hora de salida, y luego de un viaje lleno de polvo, llegamos a El Cholar a las 22:10 hs la primera localidad, a 52 kms de la Gendarmería. Nos hospedamos sin buscar, en la hostería municipal (refs.2253-2264)

El Cholar es un pueblito donde están el camping y la hostería municipal y el puesto de Gendarmería. De fondo, un pequeño cerro llamado “Bura Lechi Cura” (El Cerro de las Tres Tetas) TENIA UNA GANAS DE ABRAZAR EL CERRO (à Luis). El personal de la hostería, al que creo que conocimos a todos, nos atendieron muy bien y nos han brindado cuanta ayuda necesitásemos.

Décimo y décimoprimer día: “El regreso a casa”

El resto de los días no tiene mayor relevancia. Hemos tenido que quedarnos un día más en El Cholar porque no conseguimos vehículo que nos llevase a Chos Malal, hablamos hasta con el intendente, pero un domingo… Lo hicimos con rumbo a Neuquén capital el día martes 23, llegando a La Plata el 24 a las 11 hs.

Relato: Juan Matías Luppi

Agradecemos:

Matías a:

Luis Vazquez: creo que por absolutamente todo.

Mis padres, Nicolás Carabás, Nicolás Cuenca, Enrique Galimberti, JuanCa, Lau.

Luis a:

YO QUIERO AGRADECER EN PRIMER LUGAR A MI FAMILIA QUE ES EL HITO MAS IMPORTANTE DE TODAS MIS SALIDA.

A MI AMIGO Y COMPAÑERO DE VIAJE MATIAS, POR SU BUENA ONDA, COMPAÑERISMO EN TODO MOMENTO, LA UNICA CRITICA ES QUE EN USPALLATA ME QUISO MATAR CON SU SALSA PERO ESTA PERDONADO.

A LAURA, JUAN CARLOS Y ENRIQUE POR EL AGUANTE Y OTRAS COSITAS MUY IMPORTANTE QUE DURANTE EL VIAJE FUERON IMPORTANTES PARA MI.

POR SUPUESTO QUE AL RESTO DE LOS CHICOS QUE POR TELEFONO O CORREO ESTABAN SIEMPRE PRESENTE Y QUE ESTOY ORGULLOSO DE SER PARTE DEL MISMO GRUPO.

A VICTOR, COMPAÑERO DE OTRAS TRAVESIAS QUE SIEMPRE SE MANTUVO EN CONTACTO.

Y POR ULTIMO Y DISCULPAS SI ME OLVIDO DE ALGUIEN, QUIERO AGRADESER A MI AMIGO EL BARBA QUE NOS ACOMPAÑO DURANTE TODO EL VIAJE.

¡¡Animamos a todos a andar en bicicleta!!

 

Gastos:

El gasto total del viaje con pasajes incluidos $500 c/u

La Plata – Mendoza:       $113

Neuquén – La Plata:       $75

Otros pasajes: aprox.     $50

Promedio gasto diario:   $25

Otros datos:

  • Luis: Zenith Calea con alforjas traseras y frontal Halawa, parrilla aluminio reforzada regulable, cubiertas lisas (dsi) y mixtas (Maxxis)
  • Matías: Raleigh M50 con alforjas traseras y frontal Halawa, parrilla aluminio simple, cubiertas lisas (dsi) y con tacos (Raleigh)
  • 9 días de pedaleo
  • 620 kms pedaleados
  • 2682 kms aprox de recorrido total
  • La velocidad máx. 67km/s y la mínima 5km/h
  • El día que menos pedaleamos fue cuando salimos de Chacay y paramos en el camino al lado de un arroyito cubierto por vegetación 33km.
  • Y el tramos más largo, Polvareda (Arg) a Los Andes (Ch) 110km.

Puente del Inca:

Aspectos históricos:

Puente del Inca había sido conocido por los habitantes del imperio Inca y probablemente haya sido lugar de tránsito de la civilización precolombina cuando empezaron a explotarse los viejos yacimientos de plata de los Paramillos de Uspallata. Fue descripto por primera vez por el colonizador Alfonso de Ovalle en 1646. Hacia principios del siglo XX, con el advenimiento del ferrocarril trasandino, comienzan a llegar a Europa, más precisamente a Inglaterra, versiones de la existencia de por lo menos siete fuentes termales que brotaban de las montañas y que tendrían excelentes propiedades terapéuticas.

Fue así que en el año 1917 la Compañía Hotelera Sudamericana, comienza a construir un lujoso hotel y una serie de baños comunicados ambos por un túnel, hoy semidestruido. El balneario constaba de nueve cuartos de baños con su pileta revestida de azulejos, cuya higiene y confort no dejaban nada que desear. El exceso de agua caía al Río Cuevas en forma de cascada.

El hotel funcionó en forma regular desde 1917. En 1965, luego de varios días de intensas nevadas se desencadenó un alud que voló completamente el vivero y el techo de la iglesia por su onda expansiva y una parte muy pequeña del hotel y parte del techo de esta. El hotel fue cerrado.

Hipótesis propuesta para el origen del puente:

El Dr. Ramos de la Universidad de Buenos Aires ha propuesto un modelo que explica la formación del monumento natural. Durante las nevadas invernales excepcionales es común que se desarrollen puentes de hielo sobre cursos de agua, que pueden durar incluso varios años. Sobre esta base se propone que el Puente del Inca se originó como un puente de hielo, durante el período posterior a las glaciaciones. Avalanchas provenientes de las laderas norte de la región serían las proveedoras de los materiales de origen aluvial que constituyen la estructura del puente. A diferencia de otros puentes de hielo observamos en la actualidad, las aguas termales serían responsables de la cementación y la perdurabilidad del puente a través de los años (Ramos 1993)

Sobre la base de este el análisis se puede afirmar que un delicado equilibrio entre la sementación natural y la erosión mantienen el Puente del Inca, originado por un puente de hielo y cementado posteriormente por fuentes termales. El equilibrio del puente es el resultado de una lenta constante cementación por las aguas termales y una lenta y persistente erosión del mismo.

Características del monumento natural:

En base a las observaciones y a los trabajos realizados hasta el momento se está en condiciones de afirmar que este puente no es una estructura geológica rígida, bañada por aguas termo minerales, si no que es el resultado de un particular y complejo proceso biológico y mineral.

La estructura que recubre el puente está formada por una alternancia de capas minerales y de algas. El agua termal en contacto con el aire deposita travertino (carbono de calcio) y en menor medida limonita (óxido de hierro). El medio biológico, favorece la generación de condiciones para que precipiten las sales.

Existen diferentes componentes cuyo equilibrio es esencial para el desarrollo y mantenimiento de la estructura del puente:

  • Existencia de numerosas colonias de algas verdes, rojas y azules, tanto macro como microscópicas.
  • Salinidad de las aguas.
  • Temperatura de las aguas.
  • Tipos de gases disueltos y presión.

Impacto sobre el equilibrio del monumento natural

El delicado equilibrio del monumento se interrumpe por efecto de diversas causas, tanto naturales como antrópicas.

NATURALES: en los períodos de sequía, se produce un avance de la erosión ya que disminuyen sensiblemente las fuentes termales las cuales aportan las sales esenciales para el mantenimiento del puente.

LA ACCION DEL SER HUMANO: hasta la construcción del hotel y de los baños termales, Puente del Inca constituía sin lugar a dudas un verdadero ecosistema en equilibrio.

Como punto principal se señala la captación y conducción de las aguas termo minerales por medio de cañerías desde el antiguo hotel hasta las bañaderas de los antiguos baños. A eso se le suma el antiguo desvío de aguas para la generación de artesanías con incrustaciones.

El constante paso de visitantes a través del tiempo ha generado condiciones graduales de deterioro, impactando sobre el delicado equilibrio biológico y mineral del monumento. Por año pasan por el lugar más de cien mil turistas.

Las aguas termales:

Si bien  inicialmente algunos autores asociaron la existencia de las termas con una actividad volcánica en la región, las bajas temperaturas de las aguas próximas a los 35ºC permitirían deducir que su calentamiento se produce por el calor natural del terreno en profundidad.

Las aguas termales fueron utilizadas terapéuticamente especialmente cuando estaba habilitado el antiguo hotel. Se utilizaban para el tratamiento de diversas formas del reumatismo crónico, sífilis, en enfermedades de la piel y en algunas afecciones propias de la mujer.

Aspectos generales de área:

Ubicación: el monumento está ubicado en la villa homónima sobre la ruta nacional número 7 a 183 Km. de la ciudad capital Mendoza a 17 Km. del límite con la República de Chile, a una altitud de 2719 msnm. Se encuentra en el ámbito de la Cordillera Principal o del Límite.

Paisaje: el paisaje de la Cordillera Principal está determinado por las estructuras geológicas. La enorme magnitud del levantamiento de la Cordillera producido durante el período terciario, han dado a lugar a notables resaltos en el relieve. Se encuentra en la región centro el Cerro Aconcagua, el cual con sus 6959 m constituye el punto más alto de América y Occidente. Existen en Cordillera Principal numerosos glaciares, los cuales constituyen enormes e importantes reservorios de agua dulce.

Clima: las variables climatológicas indican que predomina el ambiente de tundra de altura, con concentración de precipitaciones níveas y condiciones de temperatura muy rigurosas en el invierno. Los valores promedio de la Estación Meteorológica Puente del Inca son: precipitación media anual de 281 mm, temperatura media de 7.6ºC (máxima 30ºC y mínima de -19ºC) y mayor frecuencia de vientos del oeste.

Vegetación: corresponde a la provincia fitogeográfica Alto Andina la que está representada por un tapiz herbáceo y arbustivo de baja altura.

 

Ruta Sanmartiniana:

La ruta sanmartiniana no es completa si no se recorre la cordillera para respirar el aire andino y volar como los cóndores. Para eso es necesario llegar a Uspallata (a 117 kilómetros de Mendoza por las rutas nacionales 40 y 7).

Desde aquí se debe continuar rumbo al centro de esquí Los Penitentes y Puente del Inca. Después de recorrer unos 14 kilómetros, se puede realizar la primera parada para visitar el Fortín Picheuta y el puente homónimo.

En este lugar, en enero de 1817, un reducido grupo de granaderos pertenecientes a las tropas comandadas por el general Gregorio Las Heras, se enfrentaron con los realistas. Este fue el primer combate que se registró en la Campaña de los Andes. Los criollos fueron vencidos, pero el enfrentamiento sirvió para confundir a los españoles sobre el itinerario de San Martín y el número de soldados que cruzarían a Chile. En este espacio, todos los 17 de agosto se realiza la recreación del combate.

Si se continúa rumbo a Chile se llega al paso del Cristo Redentor, otro punto de importancia en la ruta sanmartiniana.

Si la opción es regresar a Mendoza, se lo puede hacer por la ruta provincial 52 (de tierra) que une Uspallata con Villavicencio. En el camino se encontrarán otras señales del Ejército de los Andes, la zona minera de Paramillos y, finalmente, el hotel y las termas de Villavicencio.

El hotel, que se inauguró en la década del ‘40 y fue cerrado en 1978, es todo un símbolo de las épocas de esplendor de la zona, cuando era visitado por turistas europeos y figuras internacionales, como Henry Kissinger o Paloma Picasso. En la actualidad, se pueden recorrer los parques y la capilla (el interior del hotel está cerrado al público), diariamente de 9 a 19 hs.

Para regresar a Mendoza (a 51 kilómetros) se retoma la ruta provincial 52 (asfaltada).

Se trató de emular la hazaña de San Martín, que en enero de 1817 inició el cruce por seis pasos distintos. Le llevó veinte días y fue parte de la estrategia conocida como “guerra de zapa” para engañar a los realistas españoles y hacer desparramar sus fuerzas a lo largo de 750 kilómetros de cordillera. Hay que experimentar esos peligrosos senderos para comprender la magnitud de la empresa sanmartiniana. Sus cinco mil hombres cruzaron en una época sin medios de apoyo y al otro lado los esperaba probablemente la muerte.

Los 8 cruces de la cordillera del Gral. San Martín.

Los viajes realizados por el Gral. San Martín cruzando la Cordillera de los Andes fueron ocho. El primero, comenzó el 17 de enero de 1817, y fue consecuencia de la planificación y ejecución del denominado “Plan Continental”, cuyo objetivo era dar libertad a los pueblos de Chile y Perú.

Las diferentes filas fueron saliendo simultáneamente en distintos días. El Gral. San Martín partió desde El Plumerillo el día 24 de Enero de 1817.

Llevada a cabo la Batalla de Chacabuco, en donde el Ejercito Patriota derroto a los realistas, el Gral. San Martín vuelve a Mendoza atravesando por segunda vez el macizo andino en fecha 15 de marzo de 1817.

Durante su estadía en Mendoza, anoticiado de que en el sur de Chile los realistas se estaban reagrupando para recuperar el territorio perdido, decide volver a Santiago, para lo cual tiene que emprender un nuevo cruce de las Altas Cumbres, el que tuvo lugar los primeros días de abril de 1817.

Se aprecia entonces, que en el lapso de 60 días, el Gral. Cruzo la Cordillera tres veces.

En mayo de 1818, habiendo sido derrotado definitivamente él ejercito realista en la Batalla de Maipú, y con el objeto de dar continuidad a su “Plan continental”, es decir, luego de haber libertado Chile, llegar por el océano Pacifico hasta Perú y liberar dicho pueblo del poder realista, es que tuvo que emprender el regreso a Mendoza y de ahí, a Buenos Aires, en busca de apoyo económico para iniciar dicha travesía.

Así, en el mes de mayo de 1818 inicia su cuarto cruce.

A su vuelta de Buenos Aires, con la promesa de que se conseguiría el dinero solicitado, emprende un nuevo cruce de Los Andes en Julio de 1818.

El propósito era afirmar el poder de O’Higgins en Chile, que había ido debilitándose por distintos grupos opositores; y comenzar a diagramar la campaña al Perú. Quinto cruce.

En febrero de 1819 se le comunica que distintas Provincias que componen lo que en ese entonces se denominaban Provincias Unidas del Río de la Plata, se habían sublevado al poder central de Buenos Aires, entre ellas Santa Fe y Entre Ríos, como así también que en San Luis se habían amotinado distintas Divisiones que integraban el Ejercito de los Andes.

Es por ello que en Marzo de ese año, decide nuevamente cruzar la Cordillera para instalarse en Mendoza. Allí tuvo que optar entre pelear contra sus hermanos de las provincias mesopotámicas, cosa que nunca hizo, o sofocar la rebelión de parte de su Ejército, trasladándose para ello hasta San Luis.

Luego de calmar los ánimos de los rebeldes en San Luis, decide emprender un nuevo cruce, sin que su salud, que se encontraba debilitada, le impida realizar el mismo.

Así, en Enero de 1820, comenzó su séptima travesía por las cumbres andinas, esta vez cruzándolas acostado en una litera (especie de camilla) y llevado en andas por seis baquianos.

Planificada y realizada la campaña al Perú, obtenida la libertad del pueblo peruano, y luego de su encuentro con Simón Bolívar, decide regresar a Buenos Aires.

En 1824 emprende así, su octavo y ultimo cruce por el macizo andino.

Juan Matías