Quilmes, el sabor del encuentro y algo más…

Como la primera vez

Vuelta al país. Volver para recargar pilas y disfrutar de la familia y los amigos. Esperando con ansias a que llegue el domingo y con ello, la salida de La Loma. Y entonces, otra vez esa cosita en la panza, esa ansiedad, esas dudas… ¿Llegaré bien? ¿Con qué me encontraré? ¿Habrá cambiado mucho el ritmo, la gente, la onda, la comida? Vuelta a poner en sintonía la bici el día anterior. Y ya estaba lista para la salida.

El día de la salida me despierto temprano y empiezo a planear mi recorrido hasta el punto de encuentro. Me doy cuenta que ya no recuerdo cuánto tiempo me lleva ir de un punto a otro de la ciudad en bici, y encima, entre vuelta y vuelta salgo tarde (¡claramente perdí el ritmo para esto!). Pasé a buscar a Juan Pablo y luego de algunos mutuos reproches, nos vamos para el punto de encuentro a toda velocidad.
Llegamos y la imagen que recordaba. La esquina de 532 y 25 llena de bicicletas, gente saludándose, abrazándose, sonriendo. Dejé mi bici a un costado y empecé a intentar reconocer rostros. Había varios conocidos, pero muchos que parecían ser nuevos (¿o la nueva soy yo acá?). Empiezo a saludar y a compartir charlas, experiencias, chistes. Hay tanto que quisiera contarles y también preguntar… Pero no hay tiempo y la salida tiene que arrancar.

Empiezan los primeros gritos de ¡Vaaaamooooos! y con mucha calma empezamos a pedalear. Todo el viaje de ida se trató de eso, pedaleo tranquilo y charla con el compañero eventual para ponernos al día de 2 años de no pedalear con La Loma. Me reclamaron la pastafrola porque parecía “la nueva” pero me resistí a hacerme cargo del reclamo (por suerte JP me salvó con un pan dulce que disfrutamos más tarde).
Todo venía muy calmo hasta que de repente ¡el barro hizo su aparición en escena! Empezamos a recorrer una parte con bastante humedad y profundos pozos de barro que no siempre fueron amistosos a la hora de cruzarlos. Resultado: zapatillas y medias chorreantes de agua barrosa. Pero mucha felicidad de ver y disfrutar de este singular entretenimiento otra vez, después de mucho tiempo.

me alegra saber que aunque muchas cosas han cambiado en este tiempo, la esencia y el alma del Grupo La Loma sigue allí presente y seguirá por mucho tiempo más

Llegamos a destino y como era de esperar, buscamos corriendo un lugar para comprar toda clase de delicias: choripán, bondiolita, mila completa, fritas. ¡Cómo extrañaba todas estas comidas! Nos sentamos a disfrutarlas a la orilla del río con alguna bebida espirituosa a cargo de Leo, junto a unos mates y algún que otro manjar fueron parte de la recarga de energía necesaria para emprender el camino de regreso.

Dimos una vuelta por la zona, nos hicimos algunos pequeños amigos en el camino (unos chicos que nos enseñaron a usar un rústico skate que manipulaban con mucha confianza) y pasamos por la casa construida con botellas: ¡Una obra de arte increíble!

El regreso fue veloz e ininterrumpido. En el camino, las preguntas de rutina: ¿vas bien? ¿Necesitas algo? Y el “¡vamos, vamos que ya estamos!” que te alienta a seguir metiéndole pata y a no aflojarle nunca (aunque mi parte trasera renunció bastante antes de terminar, ¡qué dolor!).
En resumen, una salida espectacular, maravillosa, llena de amigos, sonrisas y una excelente energía que extrañé mucho todo este tiempo.

Gracias Leo por el sabor del encuentro con una salida combinada La Loma – Cebad@s (que viene a ser lo mismo). Debo agradecerles también a Gonza y Martin que colaboraron para que pueda disfrutar este momento (y porque me dijeron que si no escribía esta parte mi relato no entraba).
Para la próxima hacemos la versión in English!

Me llevo esta hermosa salida en el Corazón. Los quiero mucho y me alegra saber que aunque muchas cosas han cambiado en este tiempo, la esencia y el alma del Grupo La Loma sigue allí presente y seguirá por mucho tiempo más.

Abrazos… ¡y nos vemos en alguna parte del planeta!

Romina Araya