Sábado de Bavio

Relato de Mercedes

Había una vez, en un pueblo que quería ser ciudad, situado en las cercanías del Río de La Plata, un grupo de ciclistas muy famoso, que se hacía llamar Grupo La Loma. Estaba formado por ciudadanos comunes, con fuertes ideales, con el mismo amor por la naturaleza y por el prójimo. Se comentaba, en ese tiempo, que sus integrantes, por el modo en que se desplazaban de un sitio a otro y por su elegante porte, muchas veces, eran confundidos con los oficiales de la montada…

Y por eso se decía también, en aquella época, que su misión era velar por las tierras lindantes, proteger su flora, fauna y vecinos que por cuestiones geográficas estaban desconectados de la urbe.

Personalmente, tuve el honor de formar parte de ese grupo en reiteradas oportunidades y de participar en la expedición que emprendieron a las tierras conocidas con el nombre de Correas y Bavio.

Recuerdo aquel día, en el que una mañana, todos reunidos, partimos con el lider al frente, ya que conocía muy bien los caminos, para cumplir nuestro deber.

Con el andar muy cómodo nos dirigimos al encuentro de más compañeros, que como fieles soldados, rápidamente, se integraron al cuerpo principal.

Desde allí, circulamos por la interminable calle que bordeaba el cementerio hasta dar con la curva donde el pavimento comenzaba a confundirse con un trecho vidriado.

En ese punto, ya nos mentalizábamos para hacer el tramo siguiente, el de las vías abandonadas, que nos conduciría a Correas.

El lapso de tiempo que nos detuvimos al abordar el pequeño pueblito fue muy breve, ya que todo parecía estar muy tranquilo por ahí.

Retomamos el andar y a pesar de las condiciones adversas que presentó el suelo y el clima en ese trayecto, como verdaderos guerreros, luchamos, sin perder el aliento para así cumplir nuestro objetivo final.

Afortunadamente, pudimos maravillarnos con la espesura y el verdor que caracteriza a los campos de esas zonas en primavera y que le dan al paisaje una belleza singular. Pudimos colmar nuestro mirar con innumerables variedades de plantas y flores, con sus respectivos colores y aromas, entre ellas, la manzanilla; admirar las distintas aves que se acercaban desconfiadas al costado del camino y las que dejaban ver sus alas desplegadas por doquier; y deleitar nuestros oídos con el canto dulce y alegre de las mismas.

Ya cerca del mediodía, arribamos en Bavio. Rápidamente, nos aseguramos de ser los primeros en llegar. Bajo la sombra encontramos un lugar para desplegarnos y así adueñarnos del predio por un buen rato.

Dejamos nuestros vehículos en un apartado para reconocer la vieja estación ferroviaria tomando algunas fotografías como muestra. Las construcciones mantenían intactas las características de la época, el trencito verde seguía descansando sobre las vías, el viejo y oxidado molino aún yacía en pie, los frondosos árboles colmados de hojas verdes y la paz reinante del lugar…

Al cerciorarnos de encontrar el sitio en condiciones, decidimos emprender el viaje de regreso a casa.

El retorno fue muy veloz, el itinerario elegido fue el mismo que el del viaje de ida. El viento nos esperaba pero esta vez soplando a nuestro favor.

Faltando unos pocos kms para llegar, una bifurcación en el camino, hizo que el pedalear sin sobresaltos, hasta el momento y nuestro destino cambien de rumbo radicalmente.

Luego de sortear con valentía puentes no tan seguros para los que llevaban pesada su carga y de subir cuestas con gran pendiente dimos por terminada la aventura con una cuota extra de adrenalina en nuestros corazones.

Alegremente, todos llegamos a casa sanos y salvos. Orgullosos por haber culminado con éxito la misión de ese día y por haber visitado nuevamente la añorada estación donde atesorábamos tantos recuerdos lindos y a la que pronto sabíamos que ibamos a volver…

Fin