Sierra de La Ventana en finde largo

Historia de un límite

Cuando se anunció la reunión organizativa del viaje a Sierra de la Ventana, mi esposa Mirian y yo hacía apenas dos semanas que habíamos ingresado al grupo y al mundo del cicloturismo.

Nuestra primer salida fue una corta de 40 km, de la cual llegamos derechos a dormir una siesta; y declinamos la invitación siguiente a Magdalena, por no considerarnos aptos físicamente para una travesía así. Sin embargo, Sierra de la Ventana nos generaba un entusiasmo interior particular.

En la mencionada reunión, para la cual cancelamos todo compromiso de ese día, nos entregaron las hojas con los recorridos que pensaban hacer: primer día 50 km, segundo día 110 km. Por esas cosas del destino, en lugar de intimidarnos nos daba ánimo de que lo podíamos lograr. Pensamos en comenzar un duro entrenamiento, pero lo desestimamos rápidamente dado que faltaban unos diez días para el viaje, y no creímos que pudiésemos avanzar mucho en ese tiempo.

En esta reunión se aclararon varios puntos, y se traslucía por los ofrecimientos y la disposición de los presentes, lo que pudimos comprobar luego: una calidez y generosidad en el compartir con los demás, muy destacable. También se nos anunció que el dueño del camping donde iríamos era un poco “pesado”. Nuestro compañero Patricio, para aquellos que lo conocen, comentó una anécdota que había vivido el año anterior con ese hombre, la cual para no entrar en detalles que no vienen al caso, había terminado con una cierta “tirantes”.

En mi fuero interior debo reconocer que los comentarios me parecieron un tanto exagerados. Pero esto no disminuyó nuestro entusiasmo, y de regreso de la reunión comenzamos a organizarnos para el viaje al cual ya habíamos confirmado nuestra asistencia.

De todos esos días que transcurrieron con la parsimonia previa a las grandes aventuras, la actividad más importante para el viaje fue llevar nuestras bicis para el primer service de ajuste, ya que hacía veinte días que las teníamos y le habíamos hecho lo que para nosotros era una muy respetable cifra de trescientos km (en llano).

Los preparativos del equipo de acampar no eran inconveniente, pues con Miri estamos acostumbrados a salir de camping. Sin embargo, a pesar de la experiencia, me olvidé el calentador eléctrico. Y aunque entre otras muchas cosas prohibidas en el camping “El Paraiso”, también estaba prohibido el uso de los calentadores eléctricos, como nos decía el dueño del camping (este olvido) “no tiene excusa!”

Bien, llegó el esperado Viernes 8 de Octubre, y salimos a media mañana con nuestras bicis y demás bártulos dentro del automóvil, hacia nuestro inminente destino: Sierra de la Ventana! Luego de recorrer 586 km, a dos cuadras del camping, nos cruzamos con otro automóvil que llevaba una bici atada atrás y pensamos. “seguro que viene a la bicicleteada”. Algo extraño que ocurre cuando uno ingresa a este mundo de la bicicleta, es que al ver en las rutas un ciclista o un auto que lleva una bici, nos genera un sentimiento fraterno de alegría, como de un familiar lejano o de compañeros afines, y dan ganas de saludarse aun sin conocerse. El automóvil que cruzamos era el de Luis Vázquez.

Al entrar al camping por fin conocimos al dueño, quien en breves momentos con palabras tajantes y precisas, corroboró que aquellos comentarios que nos habían llegado de él no solo no eran exagerados, sino que se habían quedado cortos. En tres minutos y veinte segundos, nos dio una detallada lista de actividades y situaciones prohibidas, y una marcada recomendación con el dedo índice en alto del uso del baño. Sinceramente me sonreí ante lo que creía una broma. Grande fue mi sorpresa cuando con la llegada de otros integrantes del grupo al camping, comprobé que no solo me hablaba en serio sino que este hombre me había confundido con Patricio, y me planteó las amenazas (quiero decir las sugerencias enfatizadas) pertinentes para que no se repitieran los errores pasados.

Todo bien, porque esto recién comienza!

Esa noche, con las personas del grupo que habían llegado, fuimos a cenar a un cómodo y tranquilo restaurante de barrio, donde tuvimos la oportunidad de conocernos un poco desde un ámbito distinto al ciclismo, y descubrimos por ejemplo la gracia y el humor de Augusto y su esposa, con quienes nos reímos mucho y fue un gran placer conocerlos.

Día Sábado: 7,00hs. Nos llegan a través de las delgadas paredes de la carpa, los comentarios de los primeros ciclistas despiertos.

Comienza la aventura.

Luego de la mateada matutina, mientras preparamos nuestras bicis con todo lo necesario para salvar imprevistos técnicos como los conocidos pinchazos, Luis Vázquez, hombre fornido de unos sesenta años, de mirada profunda y espíritu jovial, nos instó a juntarnos y salir a dar una vuelta de calentamiento por los alrededores del camping, donde pudimos disfrutar de un gran paredón lleno de nidos de loros muy llamativo, una pronunciada subida (o bajada, según cómo se mire) de tierra donde incursionaron los primeros aventureros en las destrezas de las montan, y luego lo que sería para Mirian y para mi nuestro primer paseo sobre las vías de un tren. Y entonces sí, el grupo entero se dispuso a salir y realizar el primer circuito. Anduvimos varios km de asfalto por la ruta al salir de Sierra para ir a Villa Ventana, nos encontramos en un hermoso paisaje rodeado por las sierras, con campos saturados de verde en distintos tonos, y un cielo celeste sin nubes, rebosante de sol, que recibimos como un gran regalo.

El contingente viajaba ordenado en fila, uno detrás de otro por el tránsito de la ruta, y comenzó a manifestarse una de las características principales de este grupo: el respeto hacia los demás. Pues cada uno pedaleaba a su ritmo, sin sentirse presionado o apurado por el resto. Así, entre subidas y bajadas, caramañolas que van y vienen, llegamos a Villa Ventana, donde almorzamos al aire libre luego de recorrer algunos simpáticos caminos de tierra. Después de una cómoda sobremesa (esto en el caso de que hubiésemos tenido una mesa), salimos a través de encantadores caminos de tierra, hacia donde realizaríamos una visita guiada a las ruinas de lo que fue un impresionante hotel, anterior al pueblo. Para acceder a esta visita debimos esperar en una tranquera a que viniera una joven del municipio a abrirnos. Al momento de llegar esta, se habían juntado varios vehículos motorizados dispuestos a entrar como nosotros, pero la joven tuvo la delicadeza propia de los pueblos del interior de dejarnos pasar primero a los ciclistas para que no nos llenaran de tierra. De esta manera pudimos disfrutar de un hermoso camino bordeado de grandes árboles.

Luego de toda la charla histórica, y de recorrer lo que quedó en pie de la antigua construcción de 1907, donde se recibían viajeros europeos durante tres, cuatro o seis meses, y con capacidad para 450 personas; foto grupal mediante, regresamos.

Al trasponer la tranquera de regreso, el grupo se separa. Una parte decide regresar al camping a preparar el asado; y un pequeño grupo de intrépidos, respondiendo a la invitación de Luis, nos dirigimos por nuevos caminos de tierra hacia un Museo alejado del centro. Atravesamos subidas y bajadas, curvas pronunciadas con amplias vistas de los alrededores, algo de viento en contra que nunca viene mal, y alteraciones varias del camino que daban gusto de andar en nuestras montain. Al final de una cima, llegamos al Museo, donde pudimos conocer un poco más de la historia del pueblo y detalles de su fundación. Al salir del mismo compartimos unas frutas, y nos dispusimos al regreso por el camino enmarcado en el sol del atardecer.

Al llegar a la ruta, miré el cuenta km y noté que faltaban apenas 17 km para llegar. Miri y yo ya estábamos cansados; llevábamos unos cuarenta y tres km de subidas y bajadas a lo largo del día que fueron socavando nuestras energías. El grupo de intrépidos encabezado por Luis se adelantó por la ruta, pero no nos preocupaba porque el camino era recto hacia el camping y lo íbamos a hacer a nuestro ritmo. Sin embargo vimos que uno de los ciclistas se desprende del grupo, retrasando su marcha para esperarnos. Era Matías, que tuvo la gentileza de acompañarnos todo el camino final del día, que parecía irse junto con el atardecer.

Los seres humanos tenemos una parte de nuestro cuerpo conocida con el nombre de ísquiones. Para las personas comunes que no andan en bici esto es algo casi desconocido, como me imagino que debe serlo también para los ciclistas experimentados. Pero para nosotros que somos simples ciclistas principiantes, y estamos en el medio de estos dos grupos de personas, los ísquiones es algo de lo que nos acordamos seguido. Llegué esa tarde que no quería saber más nada de la bici! Pero ni esto, ni el nuevo encuentro con el simpático dueño del camping podía opacar la alegría y la felicidad que sentíamos Mirian y yo, luego de la bicicleteada del día, donde lo más lindo de todo el paseo no habían sido los lugares turísticos que visitamos, sino los bellos, simples y naturales caminos de tierra por los que nos habíamos aventurado en nuestras bicis.

Esa noche no pudimos compartir la cena con el grupo y decidimos acostarnos temprano para descansar, cosa que por supuesto no ocurrió. Cuando quisimos acordar eran ya bastante pasada la media noche.

Día Domingo: 7,00 hs. Nuevamente nos llegaron las voces de los pioneros de la mañana a través de nuestra carpa.

Por fin el gran día! Los dolores y temores del día anterior se habían disipado junto con la niebla al amanecer! Un día de sol. Ni una nube que matizara el cielo.

Luis nos había anunciado que el camión que nos llevaría hasta el comienzo de la travesía, llegaría a las ocho y media. Este día requirió más preparativos, pues no teníamos posibilidad de conseguir nada en el camino. Teníamos que llevar bebida y comida para todo el día. Incorporamos unos turrones de maní que vienen bien para ingerir algo dulce al andar.

Comenzó la aventura con el acomodo de las bicis en el camión, a cargo de los más experimentados integrantes. Esta fase, es una gran prueba de desapego para aquellos que sentimos un excesivo aprecio por nuestras bicis, al ver como se van apilando una sobre otra, con la latente posibilidad de un temible rayón. Pero la pericia de los acomodadores y el amor incondicional con que se cuidan todas las bicicletas, evitó cualquier inconveniente.

Nunca me imaginé que se pudieran colocar tantas bicis en tan poco espacio. Luego subimos casi todos en el resto de la caja, y salimos hacia donde comenzaría nuestro recorrido, a unos treinta km del camping.

Abra del Hinojo. Bajamos las bicis, tomamos la fotografía grupal y salimos rumbo a lo desconocido. Un día espléndido. La naturaleza manifestándose en saturados colores del campo y del cielo, un sol cálido y el ánimo despierto; era el escenario en el cual comenzamos la travesía.

El camino era en subida, con distintas pendientes, encontramos nuestras primeras subidas pronunciadas (pronunciadas de verdad, eh) donde recordé cuando Matías me decía: “a veces la estrella chica y el piñón grande no alcanzan, y te gustaría una relación más suave”. Así fuimos recorriendo unos treinta km, donde no nos faltó ni viento en contra ni piedras sueltas en el camino, con campo de un lado y campo del otro, hasta llegar a un río donde paramos a almorzar. A diferencia del día anterior, el almuerzo fue algo rápido. En el momento no entendimos el apuro, pero al final nos dimos cuenta que si no hubiésemos seguido nos agarraba la noche. Esto nos dio cuenta del excelente manejo que tiene Luis (perdón si dejo a alguien afuera, pero lo oí organizar a él) de los tiempos en la travesía.

Retomamos el camino en subida, tal cual lo habíamos dejado, con sus piedras sueltas y arenillas. Pero como todo lo que sube tiene que bajar, unos km adelante nos encontramos con lo que para nosotros fue, referido al andar en bicicleta, lo más espectacular de la jornada! Una increíblemente larga y pronunciada bajada donde solo atinamos a soltar las bicis y dejarlas fluir como el Tao, manteniéndonos firmes al manubrio, mientras descendíamos a unos treinta y cinco km/h, que para nosotros era como ir a ciento setenta!, serpenteando el camino con sus piedras, con un amistoso viento que nos acompañaba desde nuestras espaldas, como animándonos a ir un poco más allá de lo razonable. Todos los sentidos comprometidos en el camino. La percepción agudizada para evitar cualquier error que desembocara en una irreparable caída. La sensibilidad de nuestras manos expandiéndose hasta sentir toda la bici como una extensión de nuestro cuerpo. Y en el medio de esta tensión, con la vista fija en el camino, nuestro oído nos advertía como una gráfica tridimensional en nuestra mente, del raudo acercamiento de algún compañero más avanzado, que nos pasaba como alambre caído. Y nosotros, absortos en nuestra experiencia, tratábamos de mantener firme el curso de nuestra trayectoria. Una curva, y otra, luego una meseta y luego otra larga bajada! Hasta llegar a una peligrosísima curva llena de arenilla suelta, donde nos esperaba Luis con los demás compañeros, para compartir las exclamaciones de euforia que brotaban espontáneamente al encontrarnos.

Continuamos el camino, siguiendo en bajada pero con pendientes suaves, acompañados por un hermoso sol del atardecer, reponiendo líquidos con nuestras caramañolas, para encontrarnos unos km más adelante con otra sorpresa. Desde nuestro camino se veía luego de un gran desnivel, que Luis y otros ciclistas nos esperaban. Al llegar descubrimos una pronunciada curva en bajada que daba a un río de unos siete metros de ancho, donde habían dos personas intentando pescar, y el grupo nuestro del otro lado del río. Luis nos instó a cruzar andando. Nos decía que pusiéramos un cambio liviano con la estrella chica. Lo entendí perfectamente, pero mientras descendía por la pendiente de tierra, intenté coordinar varios cambios rápidamente, y me dí cuenta que mi mente iba más rápido que mis manos y que no llegaría a tiempo antes de entrar en el agua. Por lo tanto deshice rápido lo que intentaba y mantuve la marcha que llevaba. Buscando seguir el consejo de Luis, pedaleé con fuerza tratando de buscar apoyo en los cantos rodados del lecho del río, que a veces parecían correrse para dar paso a las ruedas, pero que obligaban a zigzaguear para encontrar el apoyo. Era muy extraño entrar en el río andando y luchando por mantener el equilibrio. Como dijo Luis, no era cuestión de velocidad sino de fuerza. Atravesar el río así fue muy estimulante y me produjo una gran alegría. Cuando al llegar me di vuelta para ver a Mirian, ella con toda calma y celeridad se quitó sus zapatillas, con prestancia cargando la bici dio un ejemplo de perseverancia, atravesando el río caminando.

Luego fueron pasando uno a uno, y se formó un coro de vítores de parte de los que estábamos esperando para quienes llegaban, muy alegre y divertido. Cuando pasamos todos, nos despedimos de los pescadores, que ya habían desistido de su tarea y se estaban yendo (ya que les habíamos espantado todos los peces), y continuamos nuestro viaje.

Nosotros ya sentíamos cansancio. Llevábamos unos 60 km recorridos. A partir de aquí hicimos uso de nuestra fuerza de voluntad para continuar, que era necesaria para mantener el buen ánimo, y continuamos disfrutando de los hermosos paisajes que encontrábamos.

El final del camino de tierra daba a la ruta, a unos cinco km (Luis nos dijo que eran tres, pero todo bien) de donde nos esperaba el camión para regresar al camping. Estos últimos km sobre el asfalto parecían de plomo, no dábamos más. A lo lejos vimos una garita y con Miri dijimos: “paramos ahí a descansar…” Y para nuestra gran sorpresa, detrás de esa garita no esperaba el camión con los chicos que habían llegado primero que nosotros.

Cumplimos los noventa y dos km de Sierra!

El apoyo del grupo es muy solidario, siempre dispuestos a ayudarse unos a otros, a compartir, y con un ánimo afectivo que hace que uno se sienta bien y cómodo enseguida. Quiero destacar que la presencia de Luis en la travesía brinda mucha confianza y seguridad, y se depositan en él las expectativas y decisiones de la misma, que siempre sabe cumplir acabadamente. Y Juan Matías que aporta mucha energía y también seguridad, porque siempre está atento a los que se retrasan, y rápidamente pasa de una punta a la otra del pelotón. Ambos siempre dispuestos a compartir sus conocimientos técnicos sobre las bicis tanto como una charla de amigos. A los dos desde el corazón Gracias!

Moraleja:

· Un tiempo atrás, realizar en la ciudad un recorrido en bicicleta de unos ocho km de ida y otro tanto de vuelta, era como ir a otra provincia.

· El primer viaje con el grupo fue de 40 km y no sabíamos si llegábamos

· Al otro fin de semana hicimos 40 km el sábado y 45 el domingo

· Al otro fin de semana hicimos 90 km el domingo

· Y al otro fin de semana fuimos a este viaje de Sierra de la Ventana

¿Qué cambió? ¿Tanto mejoró nuestro estado físico en este breve lapso? ¿Nuestro entrenamiento? Nosotros creemos que no. Cambió nuestra actitud mental. Se extendieron nuestros límites de lo que creíamos posible, y eso nos permitió animarnos a más y confiar. Y esto en gran parte se lo debemos al Grupo La Loma.

No tengo intención de reemplazar a Daniel Matias, Miriam y a Analia, que seguramente estan buscando las mejores palabras para describir lo vivido en este maravilloso fin de semana. “Apenas soy un mientras tanto, un tentempié por escrito” para acortar la espera.

Esta es de mis primeras salidas largas con el grupo, si bien hace casi un año que estoy con ustedes y ya acampé en Vergara y en Chascomús, esta es la más larga y lejos. En mi caso fuí con mi auto (primer viaje largo) y acompañado con Teresita y Ana. Dos muchachas encantadoras que me facilitaron el largo recorrido tanto de ida como de vuelta.

Cuando llegamos al camping ya estaban casi todos, y comenzando a prepararse para la salida a Villa Ventana. El clima tal como se pronosticaba era el ideal, y la predisposición de todos para pasarla bien flotaba en el aire. Vi caras nuevas, pero para mí, ya que este grupo es tan grande que pareciera como que nunca termino de conocerlos a todos. Lo grandioso es que más allá de conocernos o no, todos somos amigos de antemano; la bici genera estas cosas, que desde afuera creo que no se entienden, pero que desde adentro te maravillan cada vez.

Hicimos esa primera salida, y la pasamos barbaro, Villa Ventana es hermosa. Almorzamos bajo los árboles, visitamos el hotel abandonado y recorrimos la villa por diferentes calles. A media tarde comenzamos el regreso, y ya en el camino un tema acaparaba la atención: asado a la noche, o mejor asado?, algunos proponían ASADO!!! pero finalmente desvastamos unos pollos a la parrilla deliciosos. Un aparte para los parrilleros de las dos noches, Lito, Patricio y el papá de Jorge, Esteban que nos acompaño haciendo del camping un lugar más grato.

Festejamos el cumple e Walter con torta y todo.

No recuerdo exactamente en que momento fué, pero no quiero olvidarme de la visita de Eduardo, que llegó desde Monte Hermoso para acompañarnos.

La mañana siguiente comenzamos los preparativos para la salida larga a Circuito Grande, un recorrido que nos llevó por casi 95 kms de caminos de tierra, ripio, subidas a todo pedal y bajadas vertiginosas, charquitos y badenes que pusieron a prueba nuestra habilidad y equilibrio. Fué una jornada de pedaleo exigente, pero superada por todos. Para varios era su primer experiencia en este tipo de caminos, pero todos pasaron la prueba, incluso cruzaron el badén más difícil casi a final. Las imagenes de este cruce estan en este videos y en este también.

A pura velocidad y empujados por el viento a favor terminamos el recorrido. Para la noche el tema no tenía deliberación, no cabía ninguna duda. Era ASADO!!!, y estuvo demasiado rico, casi memorable.

El lunes todos preparamos nuestras cosas para comenzar el regreso, felices de haber compartido estos tres días maravillosos. La organización impecable, tal como nos tienen acostumbrados Luis y quienes colaboran para que todo salga de maravilla.

Hubo escaladores a Los Tres Picos, y quienes optaron por otros recorridos, también acampantes en plena sierra, y todos disfrutando y creando a la vez el clima que siempre está presente en el grupo.

Hace unos días conocí la historia de Cristian Gorbea, un deportista como nosotros, con el espiritu amateur y el amor por la naturaleza que nos lleva a conocer caminos y amigos. El vivió una experiencia extrema, al borde de la muerte, un milagro de supervivencia digno de conocer. El Pela nos envió al foro su relato de lo que le tocó vivir, y de ese relato extraigo el final para el mío:

“Para qué pasó todo esto? Tengo el resto de mi nueva vida para descubrirlo . Tal vez para darme cuenta de la red invisible que nos sostiene a todos. Para vislumbrar el Amor con A mayúscula que siempre está dentro y cerca nuestro . Para morir y renacer. Para asistir a mi propio funeral y mi propio nacimiento. Para darme cuenta de lo fuerte que son las sogas que nos atan a este mundo, a nuestra familia, amigos y seres queridos. Para dar fe de la amistad y la generosidad de todos”.

Queridos Amigos, sigamos haciendo más fuertes cada vez esos hilos que forman la soga que sostiene este grupo La Loma. Familia, amigos, seres queridos… que más se puede pedir…

El mejor de mis abrazos para todos,